Introducción a la obra de Lacan (III)

Ferdinand de Saussure, a través de esta obra, es el primero que enfoca el problema del significar en el terreno concreto de la Lengua, y no ya en el abstracto de la lógica. Completa su concepto de la lengua-sistema, con una visión personal de las relaciones entre la palabra y el pensamiento, y entre la materia acústica y los sonidos lingüísticos.

Sólo los signos lingüísticos, ante esa masa amorfa que es nuestro pensamiento, nos hacen distinguir dos ideas de manera clara y constante. La sustancia fónica tampoco es en sí más que una uniforme materia plástica, que sólo gracias a la lengua se divide a su vez en partes distintas para pronunciar los significantes que el pensamiento necesita.

Una de las características de la mentalidad de Saussure es que cada distinción y cada delimitación de hechos está ya como encarnada en sus exigencias metodológicas, de modo que sus doctrinas han nacido más de las necesidades técnicas de la investigación que de la contemplación filosófica del objeto. En rasgos generales, la materia y tarea de la lingüística es hacer la descripción y la historia de todas las lenguas de que puede ocuparse, lo cual equivale a un desarrollo histórico de las familias de lenguas; buscar las fuerzas que intervienen de manera permanente y universal en todas las lenguas y sacar conclusiones generales de los fenómenos particulares de la historia; definir y concretar sus relaciones en otras ciencias: etnografía, antropología, lingüística, etcétera.

Ferdinand de Saussure nos explica el fenómeno de la comunicación intersujetiva, nos dice: el punto de partida del circuito está en el cerebro de uno de los sujetos (A), donde los hechos de conciencia que llamaremos conceptos, se hallan asociados con las representaciones de los signos lingüísticos o imágenes acústicas, que sirven a su expresión.

Cuando un concepto dado desencadena una imagen acústica en el cerebro, este fenómeno es totalmente psíquico, el cual va seguido de un proceso fisiológico, en el que el cerebro transmite a los órganos de fonación un impulso correlativo a la imagen, a continuación, dichas ondas sonoras se trasmiten al oído de (B), proceso puramente físico.

Repitiéndose dicho circuito en orden inverso, o sea en (B), desde su oído a su cerebro, transmisión fisiológica de la imagen acústica, y ya en el cerebro la asociación psíquica de esta imagen con el concepto correspondiente.

Es lo que veremos en el grafo del deseo como molino de palabras. Tomados estos ejemplos como introducción, abordaremos el asunto de dicho trabajo, cuyo fin es el estudio del signo lingüístico.

Introducción a la obra de Lacan (II)

Después de la muerte de Freud, acaecida en 1939, el panorama psicoanalítico mundial era –por decirlo de una manera escueta– bastante desolador. Bien es cierto que la asociación llamada Internacional aún hoy en día, reinaba bajo las directrices de una troika creada al efecto. Pero algo ocurría: nada de producción teórica, nada de discusión con respecto a la clínica… el único debate estaba centrado entre Anna Freud y Melanie Klein, gran señora del psicoanálisis a la que se le empieza a hacer justicia ahora...

El psicoanálisis había ido cayendo en una suerte de american way of life desde que la central –anteriormente ubicada en Londres– pasó a Chicago, con el consiguiente cambio en lo que se refiere a la técnica, pues se comenzó a amoldar el psicoanálisis a las necesidades del mercado. De ahí a esa imagen tétrica,
yo diría tragicómica, que llegó a tener el psicoanalista entre el público profano, no hay más que un paso. En esas condiciones surge en Francia algo nuevo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Lo que surge tiene nombre, y es un hombre: Jacques Marie Emile Lacan. Nacido en París en 1901, Lacan estudió medicina y se especializó en psiquiatría. Enfocó su tesis doctoral en el incómodo terreno de las psicosis y, poco a poco, se fue introduciendo en el psicoanálisis, que a la sazón en Francia estaba regido por la princesa imperial Marie Bonaparte.

Lacan entró en el psicoanálisis mediante una contribución, un pequeño trabajo que envió al congreso del año 1936. Dicho trabajo es el estadio del espejo.

Durante la gran guerra pasó Lacan a la Francia liberada y terminada la contienda se instaló como psicoanalista en París. Ahí comienza todo.

Cuando el Dr. Lacan vio como se encontraba el edificio del psicoanálisis comenzó su obra desde dentro, pues no hay que olvidar que pertenecía a la I.P.A.

El psicoanálisis se había convertido, después de la muerte de Freud, en una psicoterapia más, con un tiempo regulado estrictamente y –lo que es más grave– se había transformado en una ego-psychologie, o sea, en una psicología del Yo.

El insigne Loewenstein, Anna Freud y otros llegaron a la siguiente conclusión: bien, puesto que el paciente tiene problemas, tiene síntomas. Tendremos que tratar y asociarnos con la parte sana de su Yo para vencer tales resistencias mediante el reforzamiento de ese supuesto trozo de su Yo sano.

Esto es una aberración pues –a menos que se haga magia– si se pone en marcha un mecanismo de reforzamiento del Yo del paciente, se refuerza sus síntomas de igual forma.

Además, al respecto de las teorías y obras de Freud nadie hablaba, todo era segunda tópica: el Yo y el Ello, nada más. Incluso se consideraba casi una herejía cualquier innovación en este campo. Con Lacan todo esto cambió. Por lo pronto, Lacan propugnó una vuelta a Freud, lo que significaba un retorno a los escritos del maestro; una verdadera vuelta a Freud que diera un nuevo impulso a la ciencia psicoanalítica. Pero eso fue todo pues Lacan extrajo aportaciones de la antropología estructural, y de esa nueva ciencia piloto llamada lingüística, que han sido a la teoría lacaniana lo que las histerias a Freud.

Lacan se define como freudiano. Su mérito consistió en haber hecho avanzar la teoría, justo desde donde la dejó Freud a su muerte, hasta nuestros días. Conceptos tales como falo, objeto
a, fantasma, estadio del espejo, orden significante, metáfora paterna, etc... Los iremos viendo.

Toda la enseñanza de Lacan se encuentra en sus famosos Seminarios, que no están todos publicados. Se trata de la recopilación y puesta a punto de sus teorías, difundidas ante un público.

Con respecto a las obras escritas por Lacan, la cosa se simplifica, pues sólo existen los llamados Escritos, en dos volúmenes. Son de muy difícil lectura, ya que condensan sus teorías.

Empecemos pues; quizás sea una afirmación espectacular, pero es la verdad: una de las preocupaciones de Lacan fue la de restaurar la originalidad freudiana de la experiencia del inconsciente, bajo el lema de una hipótesis audaz y bastante revolucionaria. Es la siguiente:

El inconsciente (ese sistema que antes hemos visto y que constituye la base del psicoanálisis), está estructurado como un lenguaje. Podemos decir que esa afirmación es la hipótesis general de toda la elaboración teórica lacaniana.

Recordemos que la hipótesis genial de Freud con respecto al sueño consistirá en aplicarle al mismo la técnica de investigación que él ya había aconsejado, con el éxito que todos conocemos a otras manifestaciones psicológicas, como la obsesión y la angustia. El método es el de la asociación libre. Esta técnica, que permite identificar la significación de manifestaciones psíquicas de origen inconsciente a raíz de sus virtudes prácticas, permitirá realizar la generalización de una pluralidad de manifestaciones psíquicas que tienen en común la facultad de significar otra cosa que lo que significan de manera inmediata.

Nosotros sabemos que el sueño es un discurso disfrazado, encubierto, condensado, del cual se perdió el código. Pero el sueño descubre a partir de su carácter extraño su propio secreto en un discurso claro y significante, gracias al laborioso trabajo asociativo. Freud interpela, en el tomo de La interpretación de los sueños, al sueño en referencia a un sistema de elementos significantes análogos, o sea, parecidos a los elementos significantes del lenguaje.

Freud nos convoca inevitablemente a ese orden del lenguaje a partir del momento en que el principio de investigación del inconsciente queda suspendido, constantemente al flujo de las cadenas asociativas, que al no ser otra cosa que cadenas de pensamientos nos conducen inconscientemente a cadenas de palabras. Así mismo, Lacan perfila la afirmación de que un discurso siempre dice mucho más de lo que pretende decir, comenzando por el hecho de que pueda significar algo totalmente distinto de lo que se encuentra inmediatamente enunciado, o dicho.

Bien pues, sigamos avanzando: el padre de la lingüística estructural es Ferdinand de Saussure, suizo que vivió en el Siglo XIX y al que no se le empezó a hacer justicia hasta bien entrado este siglo. Saussure, en su Curso de lingüística general, introduce el concepto de signo lingüístico, que más tarde Lacan recogerá para integrarlo en el psicoanálisis.

El signo lingüístico es una entidad de dos caras, que no une una cosa a una palabra, sino un concepto a una imagen acústica. ¿Qué es una imagen acústica? Evidentemente no se trata del sonido material, que sería algo puramente físico, sino su huella psíquica, o sea la representación que de él nos dan nuestros sentidos.

Bien, vemos pues que el signo lingüístico es una entidad psíquica de dos caras, en la que ambos elementos, concepto e imagen acústica, mantienen una relación de asociación. Saussure sustituye el término concepto por el de significado y el de imagen acústica por el de significante.

Por tanto, ya podemos decir que el signo lingüístico es la relación entre un significado y un significante. Veamos ahora pues, de una manera breve, las propiedades del signo lingüístico.

Introducción a la obra de Lacan (I)

Tras la muerte de Jacques Lacan, en 1981, se disparó -si cabe aún más- la fama de este psicoanalista freudiano que removió, para nuestra fortuna, los cimientos del edificio anquilosado del psicoanálisis.
Muchos escribieron sobre Lacan, otros lo hicimos sobre su obra. Así, el lector encontrará en estas entregas el estadio del espejo, los tres registros, y francas referencias a nociones de lingüística, topología y filosofía.
Lacan murió, su obra -por el contrario- está más viva que nunca.
Disfruten de esta introducción a la misma.



PRÓLOGO
...y sin embargo se mueve...
-Galileo Galilei-


Realizar una introducción a un texto que aborde aspectos cruciales de la teoría psicoanalítica de Jacques Lacan se presenta siempre como tarea ardua, pues los textos lacanianos gozan de una fama especialmente hermenéutica, sobre todo para aquellos lectores no familiarizados con el mundo psicoanalítico a la francesa.

Afortunadamente, los 80 años de la vida tormentosa de este singular psiquiatra e innovador en el psicoanálisis mundial han dado como fruto un empuje –ein trieb val-dría decir, parafraseando a los más ortodoxos en la materia– a una ciencia, el psicoanálisis, que sigue disfrutando de una buena salud.

Y para ello pensamos que una de las estrategias básicas es la de allanar el acceso al pensamiento y obra de Lacan a través de una serie de conceptos que van, desde aquellos cuya naturaleza es básica hasta la complejidad –in crescendo– de una corriente ideológica hija de su tiempo.

La presente obra constituye una de las aproximaciones posibles, y por tanto relativa, a todo el despliegue teórico de varios años de enseñanza de una técnica cuya clave se juega en otra escena. No hay que olvidar que el estilo es el hombre... a quien uno se dirige, como diría Jacques Lacan y no hay que olvidar que él mismo era estructuralista, lo cual le coloca en la misma corriente que a un Claude Levi-Strauss que resumió y pormenorizó en Las estructuras elementales del parentesco los principios básicos del pensamiento citado ut supra.

Y es que no por sabido que tras la apariencia se oculte una lógica interna, la tan manida estructura, debamos desdeñar la investigación teórica, llevando –ese es nuestro fin– la teoría psicoanalítica a los diferentes profesionales que rozan en su quehacer cotidiano lo más elemental del ser humano, a saber: sus estructurados y aparentemente bien delimitados Yoes.

Difícil labor, pues, la de llevar una teoría a la aplicación pragmática del día a día cuando la difusión, –verdadero caballo de Troya de la cultura– encuentra trabas por doquier, donde la siembra a veces no da como fruto lo que se entregó a una tierra. Y es en esta tónica –mirabile visu– donde el Instituto Michoacano de Ciencias de la Educación (IMCED) y José Mª Morelos, mediante una política real de sembrar a todos los vientos, se erige en valedor y garante de una producción cultural que venga a sacar al potencial lector –poco precavido– de un destino tan funesto.

El presente trabajo es fruto de la febril actividad de los años 1992 y 1993, cuando los programas de formación en psicoanálisis para futuros alumnos didácticos se encontraban aún en ciernes. Respondía pues en principio a una demanda social de acercamiento a un autor difícil y, por qué no decirlo, mítico al mismo tiempo.

Por ello me cupo intentar en forma de Seminario lo que ahora se presenta a la manera de texto escrito. Muss es sein? (¿así debe ser?). Intentaremos recrear el lugar donde el lector encontrará una perspectiva de la obra lacaniana, desde un punto de vista que le hará aproximarse a conceptos tales como el estadio del espejo o el deseo y su interpretación, por no hablar de la causa del mismo o sea, de lo que falta... y falta siempre.

De hecho, Jacques Lacan no se cansó de denunciar la falsa naturaleza de la pretendida sustancia objetal como un puro camelo, y es que el objeto existe por la pura pre-existencia de la angustia; sin angustia no hay objeto, valdría afirmar, por ello surge como real la necesidad emergente de hacer desaparecer la señal de angustia por la única vía dada a los mortales, mediante la desatomización del objeto, con lo cual el deseo, verdadero representante de la pulsión, necesita de la piedra angular llamada falta, sin la cual faltaría bastante para disfrutar de un Universo más o menos simbolizado en el orden significante.

Y es que la falta –verdadero sello de fábrica del inconsciente– no es una falla de objetos concretos, sino la falta estructural de base filogenética insertada en la propia naturaleza humana desde sus orígenes –eso hizo la fortuna de la especie– por lo que no hay absolutamente nada que lo cubra totalmente, afirmación que no por rotunda estamos dispuestos a dejar de defender, sobre todo teniendo en cuenta nuestra posición de denuncia de un sujeto humano instalado desde su Yo en el centro de un universo alienante.

No podemos por tanto intentar abarcar la vasta obra lacaniana en el reducido espacio de un libro, pero al menos el interesado encontrará una referencia que le hará aproximarse a uno de los campos más apasionantes del ser humano.

Por último mi agradecimiento más profundo a la política sostenida con tenacidad y eficiencia por el Departamento de Publicaciones del IMCED y en especial a su Director General M.C. José Reyes Rocha, al desarrollar, editar y difundir investigaciones que forman parte del acervo común de aquello que se viene en llamar la obra colectiva de la humanidad.

La teoría de las 4 interfases. I. Noción de estructura

Tenía razón Bergeret (psiquiatra y psicoanalista francés) en que deberíamos de hacer una disección de la personalidad del sujeto que nos llega a clínica, con el fin de examinarle respecto a cuatro áreas o grupos diferentes que son, de mayor a menor, y siempre desde la observación del Yo :

  1. LA ESTRUCTURA DE BASE
  2. EL CARÁCTER
  3. LOS RASGOS DE CARÁCTER (SOBREAGREGADOS)
  4. RASGO DE CARÁCTER

Y es que los adjetivos neurótico y psicótico, atendiendo a la nomenclatura clásica, aparecen como responsables de muchas ambigüedades latentes en su utilización corriente, porque nosotros recibimos pacientes neuróticos que en momentos determinados tienen rasgos de tipo psicótico, pero normalmente ni siquiera en las direcciones de cura enclavamos lo que es un rasgo psicótico concreto. Decimos quizás “es un rasgo psicótico” pero no decimos “un rasgo de carácter psicótico de una estructura de base de tipo neurótico con un carácter general de tipo neurótico”. Es fundamental perfilar todo esto para poder establecer correctamente una dirección de cura.
Por otra parte, la dificultad no proviene tanto de una incertidumbre psiquiátrica sobre las características ligadas a la noción de neurosis o a la noción de psicosis, sino sobre todo de una falta de rigor o de precisión al nivel real del plano en el que nos situamos cuando describimos una entidad cualquiera para clasificarla, o bien como entidad neurótica o bien como entidad psicótica. Por ejemplo, hablamos de impulso psicótico o de defensa neurótica y los peligros de confusión son evidentes, porque un impulso brutalmente considerado como psicótico -sin ningún matiz-, puede muy bien corresponder a un banal incidente de desrealización mental en el seno de una estructura de base de tipo neurótico; que se encuentre en la frontera de la psicosis por circunstancias dramáticas exteriores o, por ejemplo, circunstancias interiores propias. Del otro lado de la balanza diagnóstica, una defensa asignada como neurótica puede muy bien encontrarse por desgracia en una estructura de corte psicótico. Por lo tanto,parece necesario ponernos de acuerdo, no para crear una terminología nueva, sino para establecer una nomenclatura en la que advenga un sentido preciso y limitado, que dé cuenta del empleo de aquellas palabras más o menos usuales para satisfacer al menos las exigencias del rigor científico.

Estructuras puras (y creo honestamente que es lo que deberían de extraer de esta primera entrada) en principio, no existen más que en las hipótesis y en los libros.

Por ejemplo, un conjunto de elementos caractericiales de corte obsesivo que se encuentran en un sujeto de estructura obsesiva -no descompensada-, constituirá obligatoriamente un carácter obsesivo. Si por el contrario los elementos caractericiales observados no corresponden a la estructura profunda (de base) del sujeto, no estamos ya en presencia de un simple carácter, estaríamos en presencia de rasgos de carácter, que serían el tercer grupo que articulamos para abordar ese Yo enfermo.
Ejemplo de ello sería si una estructura de base obsesiva, además de su carácter obsesivo (que es obligatoriamente dominante) presentara elementos caractericiales (cosa infrecuente en la vida cotidiana) histéricos. Nomenclados como “sobreagregados”, designaremos a esos elementos heterogéneos de carácter en relación a la estructura de base bajo la denominación de “rasgos de carácter histéricos en un obsesivo”.
Los rasgos de carácter de esta naturaleza (por ejemplo, los del ejemplo que acabamos de ver), corresponden a lo que hemos comentado con respecto a la intrincación (o sea al hecho de la relación que se establece) de factores por un lado estructurales histéricos y por otro lado a factores estructurales obsesivos. Por ejemplo, en el caso de rasgos de carácter histéricos que se hallan junto a un carácter obsesivo dominante en el seno de una estructura de base obsesiva, ¿qué ocurre? Pues que se trata realmente de simples testimonios de un pasaje transitorio de la evolución libidinal del sujeto a un grado de desarrollo superior.

Oh, Wien, stadt meiner träume!! (Parte XIII)

Queridos amigos, hoy les propongo una pequeña excursión o paseo: recorrer andando un trayecto de cinco kilómetros, que van desde el palacio imperial de Schoenbrunn hasta la iglesia de San Carlos Borromeo, sita en el centro de la ciudad.
Lo que en principio era un coto de caza a las afueras de Viena, pronto se convirtió en un complejo palaciego llamado Schoenbrunn o Schönbrunn, según las dos grafías oficiales del alemán standard. El nombre le viene por haber descubierto el Kaiser Leopoldo I una fuente que le pareció hermosa (en alemán Schoenen Brunenn). Fue el gran arquitecto Johann Bernhard Fischer von Erlach el encargado de construir un complejo imperial a mayor gloria de la dinastía Habsburgo. Pese a ello, el primer proyecto no fue bien recibido por el monarca pues, como le dijo el Kaiser a su arquitecto, “soy el Emperador, no el semidiós de Versalles”.
Finalmente, el Kaiser Carlos VI no mostró ningún interés por seguir con las obras del complejo, siendo su hija la Emperatriz Maria Theresa la que echó mano del arquitecto Nicolaus von Pacassi para la renaudar el proyecto de la residencia de verano, hoy en día emblema fundamental de la historia de centroeuropa.
Ni que decir tiene, que en el siglo XIX Schoenbrunn se convirtió en el centro de la política internacional, donde se trazaban las fronteras de nuevos estados o desaparecían otros reconvertidos en provincias.
En fín, tienen ustedes a su disposición en varios idiomas todas las explicaciones que deseen sobre este palacio en la pagina oficial del gobierno austriaco.
Como les decía, nuestro recorrido puede ir desde este inmenso complejo, pasando a través del distrito en el que se encuentra, llamado Hietzing, (quizá el más exclusivo y residencial), en dirección al centro de la ciudad, a través de la Schlossschoenbrunner Strasse, hasta la confluencia de la Wienzeile, calle serpenteante que transcurre por encima del pequeño río Wien, que sólo se deja ver a tramos hasta su hermosa desembocadura en el canal del Danubio.
En la calle Linkewienzeile pueden encontrar algunas de las joyas más preciadas del modernismo, tales como la Majolikahaus, la "casa de los medallones” y un largo etcétera. No hace falta que las busquen, ellas les encontrarán a ustedes.
Los sábados en la Wienzeile se abre el Naschmarkt -mercado de las delicias- donde encontrarán desde las clásicas salchichas vienesas, pasando por frutas de las que nunca oyeron ni hablar, hasta baratijas y antigüedades de dudosa calidad, empeñadas por aristócratas venidos a menos.
Por si fuera poco, se tropezarán de frente con el palacete de la Sezessión. Descúbranlo ustedes mismos, no les pienso adelantar nada. Además, tienen una foto en la cuarta entrega de la serie que presentamos.
Tal y como les prometí, llegarán al final del trayecto en la plaza de la Iglesia San Carlos Borromeo, ejemplo depurado del barroco vienés.
Por cierto, no se pierdan las estaciones de metro de esta plaza, obras primorosas de Otto Wagner.
¡Ah! En una esquina de la plaza se pueden tomar un refrigerio en el Café Museum, obra del arquitecto y “enfant terrible” vienés, Adolf Loos.
Servus.

El Yo (III) en la clínica analítica

El “tratamiento tipo” se lleva a cabo en un marco claramente definido en el que se establece una relación específica: la transferencia y la contratransferencia.
En principio me gustaría aclarar que la situación analítica es un marco sui generis en el cual se establece una transferencia y una contratransferencia, así de simple (las cosas no lo son, pero vamos a ponerlas así para empezar). Entonces ¿cómo definir al psicoanálisis, el marco de la sesión? a partir del momento en que estos elementos se modifican -es decir, que no sólo está la transferencia y la contratransferencia-, ¿se puede decir que lo que practicamos es una psicoterapia, o es una forma desnaturalizada de lo que sería el psicoanálisis puro?
La respuesta de Freud a esta pregunta sería ciertamente muy cortante si la hiciéramos hoy, porque el haber cedido las aplicaciones del psicoanálisis a otros problemas psicológicos distintos de las neurosis (porque se ve y es normal , que hay profesionales que reciben en la clínica a psicóticos y que tiene otros tipos de enfermos, ha causado modificaciones más o menos importantes en lo que nosotros llamaríamos el encuadre psicoanalítico que es la situación psicoanalítica) a partir de ahí se debe repensar nuevamente la relación, la transferencia y la contratransferencia y los problemas que plantean estas transferencia y contratransferencias cuando se consideran por ejemplo en el caso de estructuras narcisistas (como las psicosis), lo que llamaremos desde ahora casos atípicos, ¿por qué? porque es atípico un caso de este tipo dentro de lo que seria un psicoanálisis o una variante de la cura tipo.
Comenzaremos por pedirle a la teoría que de cuenta de la práctica del análisis, que nos diga si se justifica distinguir un psicoanálisis puro (y eso es importante) de otro que solamente sería un psicoanálisis aplicado, y digo que es importante porque cuando tengan que hacer algún informe, por ejemplo, tendrán que especificar si la persona que está en tratamiento se encuentra en un tratamiento tipo (es decir lo que se consideraría la variante tipo del psicoanálisis puro) o si por el contrario esa persona se encuentra en una psicoterapia de tendencia psicoanalítica, lo cual modifica totalmente todo.
Ya en 1924 (cuando se estaba reformulando la segunda tópica Freudiana) Freud dió una definición del psicoanálisis que decía que al psicoanálisis lo caracterizaban solo tres elementos:
Procedimiento para investigación de procesos mentales casi inaccesibles de otro modo. El caracter objetivador de este primer aspecto resulta muy sorprendente en la actualidad ya que tenemos la costumbre de considerar el análisis como una relación bilateral (entre un terapeuta y un paciente en la que participan los dos protagonistas del tratamiento). Es verdad que la heterogeneidad del inconsciente es un hecho establecido que perdura, es otro lugar en donde se desarrollan formaciones que se rigen por un orden propio, es un pensamiento que escapa a nuestra conciencia e induce al error del cogito cartesiano, es decir, “estoy aquí tumbado en mi sesión, luego existo” y no, uno no existe porque este ahí, eso hay que tenerlo claro.
Hay una escisión (que es lo que hay que entender) entre el ser y el inconsciente. El término investigación al que hace referencia Freud hace del análisis no un proceso bilateral, sino un proceso unilateral, o si no cómo va a ser de investigación, y encima un proceso que es siempre asimétrico, es decir toda la carga de lo que sería el análisis la lleva única y exclusivamente una sola persona. Desde Freud se ha insistido mas en el aspecto relacional y en el intersubjetivo del proceso analítico, luego vino la teoría hecha sobre el modelo lingüístico y se habló de sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación. En su primer punto de su definición Freud determina entonces procesos mentales hasta entonces inaccesibles (todo esto es de la primera definición) en cuanto al método que serian los procedimientos para la investigación, el modelo está inspirado en la técnica de Freud, que Freud ha utilizado para analizar sus propios sueños, es decir, el modelo que se usa es del autoanálisis de los sueños de la producción del propio Freud (lo tenemos en el tomo 2º de las obras completas) es una fragmentación del texto manifiesto, establecimiento de asociaciones espontáneas que conducen a pensamientos latentes del sueño, de ahí es de donde surge el nombre de análisis y ¿qué es un análisis? Una descomposición en varias partes.
Estamos viendo el encuadre analítico, porque el seminario es de clínica, entonces habrá que definir primero qué es un psicoanálisis, segundo si un psicoanálisis es un psicoanálisis puro o es un tratamiento psicoterapeutico como otro cualquiera, y tercero si podemos decir que realmente el psicoanálisis es bilateral. En principio no hay ninguna terapia que sea bilateral, todas las terapias teóricamente son unilaterales, ¿por qué? porque en una terapia psiquiátrica el psiquiatra establece una medicación ¿es bilateral?, en una terapia psicológica el psicólogo da consejos ¿es bilateral?, en un tratamiento analítico ¿quien se queda con el material del paciente? el analista ¿es bilateral? Es que no puede ser bilateral, y si no es lateral tiene que ser asimétrico, es decir, uno sabe y el otro no sabe, lo tremendo es que el otro no sabe que si que sabe porque o si no ¿cómo daría toda esa información?. Lo veremos.

5000 paseantes

Queridos amigos, hoy -nuevamente y al contrario que los parquets bursátiles- hemos conseguido batir nuestro record de visitantes, que abarcan usuarios desde la Antártida hasta Japón.
Evidentemente, los 5000 visitantes son la suma de los paseantes de ésta página y de los de su hermana. Para no aburriros con detalles, os mostramos un mapamundi a la manera de Peters, con las estadísticas extraídas de Google Analytics.
Os agradecemos vuestro interés por el psicoanálisis. Gracias en nombre de Gerardo y Valentín.
Recordad que, si es de vuestro interés, siempre sereis bienvenidos.

Oh, Wien, stadt meiner träume!! (Parte XII)

Que no es oro todo lo que reluce es bien sabido, por lo que hoy les hablaré un poco de la crónica social y de las malas lenguas en tiempos de mi idolatrado káiser Francisco José I, quien llevó (que se sepa) una vida rígida bajo la antiquísima etiqueta española, al tiempo que no se podía decir lo mismo de su familia.
Para empezar, el káiser Francisco José heredó el imperio austríaco por recarambola, pues su abuelo Francisco I, Rey de Romanos y primer emperador de Austria, fue sucedido por el káiser Fernando, hijo de Francisco I y tío suyo. Francisco José, por tanto, no heredó el trono del imperio de sus padres, el Archiduque Francisco Carlos y la princesa Sofía de Baviera.
Y es que como la mayoría de lectores sabrán, la casa Habsburgo nunca le hizo ascos a la endogamia, de tal suerte que el emperador Fernando (su tío) sufría de un retraso mental que podría ser catalogado de idiocia; vamos, que era bobo. Tan exagerado era el síndrome que padecía, que el consejero imperial príncipe Von Metternich dio un golpe de Estado en 1848 ofreciéndole la corona al padre de Francisco José, quien, como buen Habsburgo, se había casado con una prima hermana. La pareja, con sentido común, renunció a la prerrogativa de ser emperadores y ofrecieron para tal fin a mi adorado emperador. La elección no fue fallida; de hecho, parece ser que toda la sensatez de la familia se encontraba dentro de la personalidad de este nuevo káiser.
Además, el archiduque francisco Carlos, aparte de sordo y tartamudo, era (digamos) bastante distraído y ligero de cascos y jamás hubiera podido realizar la función para la que se le podría haber encomendado. Los padres de Francisco José tuvieron más hijos: entre ellos, el archiduque Carlos Luis, que murió en su madurez después de haber bebido las aguas del Jordán; el archiduque Luis Víctor, llamado en Viena archiduque de los baños, pues hasta que su hermano el káiser se quedó sin paciencia y lo desterró a Salzburgo se pasaba el día (y sobre todo la noche) persiguiendo a jovencitos de las buenas familias. Francisco José en su sensatez sólo puso una condición al servicio que tenía que cuidar de su hermano: que fueran todas las personas del sexo femenino. Y es que aquí hay tomate.
Con respecto al archiduque Maximiliano, siempre se dijo en Viena que fue fruto de los amoríos de la archiduquesa Sofía con el duque de Reichstadt. Este duque, que vivía en secuestro perpetuo en Viena con la familia de su madre, era ni más ni menos que el aguilucho, es decir, el hijo de Napoleón Bonaparte. Sin embargo, al morir a la temprana edad de veintiún años de una tuberculosis, el tema de la supuesta paternidad del archiduque Maximiliano fue cubierto rápidamente con bastante tierra.
Otro asunto fue la desgracia que supuso el enamoramiento del káiser Francisco José de su prima hermana Elisabeth de Baviera: de hecho la casa Wittelsbach tenía fama de lunática y de constructores de castillos inútiles. Evidentemente la pareja se casó y después de darle un hijo y tres hijas al emperador, Elisabeth, conocida cariñosamente como Sissi, se dedicó a viajar por el ancho mundo.
En Madeira se curó de una tuberculosis imaginaria, en Elche (provincia de Alicante) amadrinó una palmera, saliendo acto seguido rápido del país para no encontrarse con Isabel II, a quien no podía ni ver; finalmente, recaló en Corfú, donde se dedicó a romperle los nervios a la familia real griega.
Era tan ella misma que a la reina de Grecia, alemana como ella, le hablaba en griego, supongo (como decía el premio Nobel Camilo José Cela) que por joder.
En Viena era conocida como la extraña señora, pues huía de la corte como gato escaldado.
El último tinglado que se le ocurrió fue buscarle a su esposo el káiser una amante, porque ella rehuía la sexualidad (nosotros le llamamos histeria). Se trataba de la famosa actriz vienesa Katerina Schratt, pero del rumor yo, ni confirmo ni desmiento nada.
El final más o menos lo conoce todo el mundo: el hijo del káiser, archiduque Rodolfo, se suicidó en su pabellón de caza de Mayerling con su amante la baronesa María Vetsera, y la desgraciada de Sissi murió al ser atravesada por un estilete de un anarquista en Suiza. El muy infeliz creía que se trataba de una condesa.
La emperatriz Sissi tenía tal amor a Austria que depositó sus memorias en Suiza, creyendo que al ser una república le ofrecían más garantías. Nuestro káiser Francisco José sobre vivió a todo esto y a su fallecimiento heredó los títulos y dignidades su sobrino-nieto Carlos.

Post-data: En 1940 Hitler, en una de sus arrancadas mandó las cenizas del duque de Reichstadt a Los Inválidos como gesto de regalo al pueblo francés. Y allí siguen.
Servus.

El Yo (II). En la clínica analítica

El gran descubrimiento de Freud radicó en la existencia de un inconsciente, de un algo estructurado más allá de lo aparente. Tras esta afirmación, el Yo –y con él toda una corriente egocentrista- sufrió un considerable varapalo, pasando en nuestra orientación a un incomodísimo segundo plano.
Y es que detrás de la teorización freudiana, y con el descubrimiento topológico del Yo inconsciente y de sus influencias sobre lo consciente, el psicoanálisis y su ejercicio clínico pasó a darle preeminencia total a dicho estrato subvertido de la personalidad.
Freud pensó que lo clínicamente relevante eran las manifestaciones del inconsciente, no obstante para la prosecución de la cura intentaba -por todos los medios- modificar el Yo del paciente, creyendo que existía una parte del Yo que le podía servir al tratamiento para liquidar, digámoslo así, los síntomas.
En ese sentido, a nivel práctico (que no teórico) Freud le otorgó una importancia al Yo considerable, lo que marcó un hito diferencial de posteriores orientaciones analíticas como la lacaniana. De este modo, cuando una mayoría de psicoanalistas actuales se queja de la fijación obsesiva de Freud por el Yo como instancia fundamental en la cura psicoanalítica (percepción que no ayudó a corregir la posterior filiación de Anna Freud al yourself americano), se refieren a la esperanza que depositó el psicoanálisis ortodoxo en el Yo (consciente) del paciente como ayudante en la cura, pero siempre a nivel práctico, pues repetimos que a nivel teórico Freud ya había asentado los pilares de la desconfianza en lo aparente.
Como coincidían Freud y Lacan, habría que diferenciar entre el Yo como instancia topológica (Moi) del Yo gramatical (Je). El posterior rompimiento en el que se basó la teorización lacaniana se basó en el Moi.
Pese a ello, considero personalmente que no se debe llegar a los extremos de algunos analistas (normalmente kleinianos y lacanianos), que por defecto obvian cualquier material que provenga del Yo consciente.
Considero importantísimo ubicar al Yo en el lugar que realmente le corresponde en la técnica analítica, y a mi modo de ver es el siguiente: Hay que tener en cuenta al Yo del paciente siempre y cuando se nos presente como Je gramatical, y devolverle las manifestaciones inconscientes (los síntomas, las cadenas de lapsus, lo encriptado de su material onírico) entregándoselas en bandeja de plata a su propio Yo consciente, extendiéndole una invitación a la re-elaboración.
En dicho Yo, como saben, rige el principio de realidad que obliga al sujeto a ajustarse a una serie de normas que le vienen del exterior (ahí es donde surge el conflicto). En ese sentido, conviene ver al Yo como una instancia limítrofe en la cual, por un lado, aparecen las influencias absolutas del inconsciente y, por otro, aparece la contingencia real del exterior. Al mismo tiempo, hay que observar para cada caso qué relación individualísima se establece entre ese Yo y las otras dos instancias que conforman el psiquismo (el Superyo y el Ello).
En detrimento del proceso terapéutico, el Yo por lo común se niega a intuir todo aquello que no le alimente el fantasma, por lo que el proceso de deconstrucción de una personalidad (que se ha demostrado disfuncional desde el momento que llamó al timbre de la consulta) suele tornarse en una empresa tortuosa y plagada de resistencias, altibajos y dificultades.

El Yo (I). En la teoría de Freud

El Yo es la interferencia del Ello con el mundo exterior. Pese a que el psicoanálisis otorgue poca importancia (y credibilidad) al Yo como estructura o instancia, ésto no quiere decir que se le dé poca importancia al discurso yóico.
Vamos a enumerar algunas características del Yo:

  • El Yo gobierna la motilidad voluntaria, y su tarea consiste en preservar la autoconservación en un doble sentido: por un lado frente al mundo exterior, y por otro, adecuando éste a su propia conveniencia.
  • El Yo tiende a buscar la satisfacción mediante la descarga libidinal, (siempre y cuando ésta no sea excesivamente fuerte como para acercarle demasiado a un estado de placer digamos cero).
  • De esta forma, el Yo busca el placer. El displacer es percibido como indeseable o incluso peligroso, bien proceda del exterior o de sensaciones interoceptivas.
  • El Yo periódicamente abandona su conexión con el mundo exterior para descargarse y modificar su organización. Este fenómeno ocurre durante el sueño, que a su vez permite al Yo ser de nuevo plenamente operativo durante la vigilia.
  • El Yo no es más que la representación teatralizada de los deseos del inconsciente de cada aparato psíquico.
  • Los “yoes” se representan como sujetos por el hecho de que hablan, y en el momento en que lo hacen siempre hay presente un doble discurso: el discurso aparente (el del Yo consciente, el del sujeto del enunciado) y el discurso latente-inconsciente (que es en definitiva el que nos dice la verdad, promovido por el sujeto del inconsciente). Así, no es de extrañar que el discurso yóico, bienintencionado pero superficial, apenas aporte nada en el acto clínico.
  • A nivel estructural, tanto el Yo como el Superyó tienen una parte consciente y una parte inconsciente. El Ello, por lo contrario, es siempre de naturaleza inconsciente.
  • La censura acostumbra a provenir de la instancia superyóica, mientras que la represión suele ser ejercida por el Yo, bien en su vertiente consciente (negación), bien en la vertiente inconsciente (la represión propiamente entendida).
  • El Yo intenta satisfacer al mismo tiempo al Ello y al Superyó.
Como muchos sabrán, existen dos pulsiones básicas: Eros y Tánatos. Ambas pulsiones suelen venir interrelacionadas entre ellas; una siempre acompaña a la otra y es necesario que sea así para que un sujeto mantenga una homeostasis a nivel intrapsíquico.
Originalmente es en el Ello donde se acumula la reserva de libido (reservorio libidinal), pese a que el Yo desvía gran parte de la misma tanto en replecciones narcisísticas (inversión tanática) como en la catexis de objetos externos. En esta última reinversión -apadrinada por el Eros-, en este paso de la libido narcisista a la libido objetal, es donde el sujeto se juega el ejercicio de la "normalidad".
De este modo, la libido siempre se ve desplazada. El estatismo libidinal se considera siempre sospechoso en psicoanálisis, además de considerarse mal pronóstico.

Oh, Wien, stadt meiner träume!! (Parte XI)

Tras la muerte del Káiser Francisco José I, y la entronización como Káiser de Carlos I de Habsburgo-Lorena, nada hacía presagiar el derrumbe de la monarquía austro-húngara.
Pero así fue, como magistralmente profetizó el escritor Karl Kraus en “Los últimos días de la humanidad”; el Imperio se derrumbaba y -como quiera que Carlos I nunca abdicó-, se le expulsó de sus territorios yendo a morir en la isla de Madeira donde sigue enterrado.
Hasta aquí nada nuevo, pero el psicoanálisis nos enseña que, ante la falta de un padre, el orden converge hacia el caos de manera inequívoca.
Es el fenómeno que ocurrió con Austria, pues su crepúsculo culminó una larga noche de 1938 que iba a durar hasta 1945, cuando volvió a recobrar nombre y una cierta autonomía que no le fue devuelta hasta 1955.
Podríamos decir que es una historia de balcones. En 1938 Hitler, con el consentimiento de parte del pueblo austriaco, declaró el Aanschluss al Reich (anexión al Imperio) desde el balcón del Hofburg, y en 1955 se declaró el Staatvertrag (tratado de estado) por el que Austria volvía a “existir” desde el balcón del palacio Belvedere.
Confieso que, aún hoy en día, siento malestar al pasar por la Morzinplatz de Viena, lugar en el que estaba el cuartel general de la Gestapo, hoy museo de la resistencia.
En fin, les hablé en su momento del hermoso valle de la Wachau; no les dije que pasando la abadía Benedictina de Melk, a unos pocos kilómetros, hay un campo llamado Mauthausen donde la perversidad de un régimen había planificado un exterminio total. Por cierto, dicho campo está abierto al público, en un intento de no olvidar y por tanto no repetir el pasado.
Como nos advierte desde su Blog Gerardo F. Santamaría, la importancia de un Padre y su existencia -al menos en forma metafórica-, es estructural y condicionante de salud mental de todo un pueblo.
Para hacer justicia, y como les he hablado del Belvedere -donde se alberga la pinacoteca moderna de Viena- les diré que durante el régimen nazi se requisaron gran cantidad de obras de arte que jamás volvieron a ser vistas.
No es el caso del retrato de Adele Bloch-Bauer (pintado por Gustav Klimt) que tras un proceso contencioso entre Maria Altman y el Estado Austriaco, fue devuelto a su verdadera propietaria hace un par de años. La historia no tiene desperdicio: todo empezó cuando el magnate del azúcar Ferdinand Bloch encargó a Gustav Klimt que realizara dos óleos de su esposa Adele Bloch-Bauer. Los cuadros fueron colgados en el palacio-residencia de la familia -sito en la Rennweg de Viena- hasta que tras la “anexion” fueron requisados por la Gestapo que, tras llevárselos, invitó gentilmente a Maria Altman -sobrina del magnate- a ingresar en el campo de exterminio de Dachau. Tenía 22 años en aquel momento. ¿El motivo del ingreso? Ser judía.
Tras una fuga digna de Houdini, Maria cruzó Francia, llegó a los Países Bajos, y de allí emigró como tantos otros a California.
Podemos decir que tuvo suerte esta dama que nació en su querida Viena, allá por el mil novecientos dieciséis, y que tras muchos años de pleitear con el Estado Austriaco consiguió los cuadros que Klimt pintó de su tía.
Así es como el dieciséis de enero del año dos mil seis, Maria vio a sus noventa años la injusticia reparada.
Austria se quedaría sin dos retratos emblemáticos de su historia, pero volvió a elevarse ante los ojos de la comunidad internacional en su dignidad pasada.
Conocedor del proceso entablado, un buen día, allá por mil novecientos noventa y cinco, trabé amistad con el conservador del tesoro imperial, custodiado en el famoso Hofburg. En mi candidez, le pregunté si tenían pensado devolver la corona de Moctezuma a México. Su contestación fue sorprendente: “Claro, claro, amigo mío: cuando los mexicanos nos devuelvan al Emperador Maximiliano… vivo”. Estas fueron sus palabras.
Más allá de las historias, no se dejen engañar; los vieneses aman la vida y son mucho más hospitalarios de lo que se pueden imaginar. Se lo dice a Ustedes el que esto escribe, pues yo mismo -y a pesar de ser germano-español, haber nacido en Bruselas y residir en Valencia- soy y siempre seré vienés de corazón y espíritu.
Servus.

La represión VI

Con este articulo que hemos subido a la red termina la serie dedicada a la represión, para todos aquellos a los que les pueda interesar el tema.
Al tratarse de una revisión de un trabajo mucho más extenso, si alguno de Ustedes quiere información ampliada sobre el mismo, o tiene preguntas que plantear, estoy a su entera disposición.
Por otra parte les informo que comienza una serie de pequeños artículos sobre biografías de Psicoanalistas. No están todos los que son pero son todos los que están. Quizás se lleven algunas sorpresas, desde luego espero que sean de su agrado.
Un saludo.