Stille Nacht, Heillige Nacht!

Desde la blogosfera, Gerardo y Valentín se suman a los niños cantores de Viena, y os desean con este villancico paz y amor los 365 días del año, en el Mundo.

El Complejo de Edipo (IV). La Spaltung

Al mismo tiempo sigue una dialéctica de identificaciones en la que se constituye su Yo. Puede observarse así que en el paso del ser al tener se sitúa la Spaltung del sujeto, debida a su relación con el significante. La otra vertiente de esta Spaltung la constituye la instauración del inconsciente, el deseo de ser el falo, el deseo de unión con la madre es reprimido y reemplazado por un sustituto, lo que lo nombra, esto es, el símbolo. Si el nombre del padre cumple esta función de simbolizar el deseo, es porque el padre se manifiesta como aquél que tiene el falo deseado a semejanza de la madre.

Hemos mencionado la palabra Spaltung ¿Qué es? ¿Qué significado tiene? Spaltung viene de Spalte, escisión: división del sujeto manifiesta en psicoanálisis entre el Yo o el psiquismo más íntimo, por un lado, y por otro el sujeto del discurso consciente. Esta división crea, según Lacan, una estructura oculta en el sujeto (la elaboración del inconsciente), se debe al hecho de que el discurso mediatiza al sujeto y se presta por tanto particularmente a una rápida tergiversación de la verdad.

El sujeto se representa en el simbolismo por un sustitutivo, trátese del pronombre personal je, que equivale a decir primera per­sona del singular del verbo, pero sin el Yo delante, ejemplo: canto, escribo; si el orden simbólico se sostiene por las relaciones de un significante con otro significante.

El sujeto mediatizado por el lenguaje se encuentra irremediablemente dividido, porque se halla excluido de la cadena significante al mismo tiempo que está representado en ella. Los términos de la fórmula del nombre del padre hay que tomarlos como simples modelos, o sea, son maneras abstractas de los elementos puestos en juego en cada caso particular.

La naturaleza exacta del nombre del padre es obscura, pero podemos afirmar que en el niño de corta edad corresponde a vivencias íntimas formuladas de forma distinta en cada caso.

El complejo de Edipo es un fenómeno muy vasto, que no se puede circunscribir a una época exacta y que no conviene localizar cronológicamente de manera precisa. Por ejemplo: el paso de la relación dual madre-hijo a la relación ternaria, madre-hijo-padre, el famoso triángulo edípico, tendría lugar antes de cumplir el niño los cuatro años, porque en esa fecha se localizan los sentimientos específicos del niño con relación a su madre. Por cierto, a la edad de los cuatro años e incluso antes, el niño ya habla. Si el niño ya habla, el Edipo no podría ser el primer promotor del acceso al lenguaje. Las cosas pueden ocurrir de la siguiente manera: a la edad del complejo de Edipo, la comunicación lingüística se halla ya establecida, y entonces el complejo de Edipo no puede engendrar lógicamente la represión originaria, iniciadora del lenguaje.

Además, la estructura del inconsciente no es edipiana más que por analogía. Si el Edipo es subsiguiente al advenimiento del lenguaje ¿Cuál será el elemento que a partir de entonces va a asegurar esta instauración? Es el fantasma de la escena primitiva, que, como una huella, servirá como base para la estructuración del posterior advenimiento del complejo de Edipo. Este fantasma o escena, de ver la cópula parental, puede ser relacionado con el nombre del padre, porque es el fantasma o fantasía del deseo de la madre.

Existe un primer intento de simbolización por parte del niño (experiencia del Fort-Da, donde el niño simboliza la ausencia o presencia de la madre, a través de un carrete de hilo, que lanza al exterior desde su cuna y que recupera después), sin embargo, la alternativa Fort-Da, no constituye todavía un acto de habla verdadero. Es un intento de aproximación a que el deseo se cumpla, un intento de simbolización.

La estructura elemental del inconsciente estaría pues sostenida por una pareja de signos lingüísticos connotativos de la positividad y de la negatividad (par antitético); siendo esta pareja constitutiva del inconsciente.

El complejo de Edipo, pues, vendría a concluir posteriormente con la entrada del sujeto en el orden simbólico, por medio de un procedimiento metafórico, similar al de la sustitución de una pareja de fonemas, o a la vivencia del deseo de la madre. Tenemos que tener en cuenta que el Edipo no es un estadio o fase de la psicología genética, es el instante en el que el niño se humaniza al tomar conciencia de sí mismo, del mundo y de los demás.

La resolución del Edipo es el acceso al lenguaje, al mundo simbólico de la familia y a la sociedad en general. El Edipo es un fenómeno cultural, la prohibición del incesto se halla inscrita en el código social, preexistente a la existencia del individuo y es al crecer en estas estructuras sociales preestablecidas que el niño se verá enfrentado con el problema de la diferencia de los sexos, de su posición de tercero en la pareja que forman los padres y con la prohibición del incesto. De otro lado, a través del lenguaje asumirá progresivamente desde dentro este drama edipiano, como una herencia ancestral en que se sitúa con anterioridad a toda posibilidad de toma de conciencia.

El mágico Christkindlmarkt de Viena

Un mercado navideño es una institución típica del mundo germano, y muy especialmente de Viena.

Comúnmente suele instalarse al inicio del adviento, es decir, cuatro semanas antes de navidad. Su nombre en Viena es Christkindlmarkt, mercado del niño Dios.

Está compuesto de puestos en plazas, normalmente frente a lugares históricos o de comercio público. En Viena el más importante es el que está frente al Ayuntamiento.

Allí se puede comprar elementos culinarios típicos como el Spekulatius, los panqueques, los Weihnachtstollen, algodón de azúcar, todos los chocolates y un largo etcétera, nueces tostadas y las famosas “marróni”, es decir, castañas calientes (herencia española).

Cómo remedio contra el frío se vende y se regala en Viena el famoso Glühwein, que es una mezcla de vino tinto y especias y se toma caliente, de tal manera que toda la atmosfera del centro de la ciudad huele a vino y canela.

El Glühwein les puede hacer sentir absolutamente reconfortados, o bien les puede sentar (si no están acostumbrados) como una patada en el epigastrio.

Son comunes las representaciones de San Nicolás o del niño Dios, y reparten regalos para los presentes. Raras veces aparecen otro tipo de figuras navideñas (como representaciones de cuentos). En algunos mercados navideños existen nacimientos (Belenes) vivientes con burros, ovejas, cabras, etc., en un escenario diseñado para la ocasión, como lo puede ser un balcón del registro civil o una casita diseñada para ello.

Lo que da un toque especial al mercado navideño es la iluminación, en oposición a la oscuridad generalizada y los primeros copos de nieve del invierno.

Les añado a la manera de regalo de navidad un pequeño video del mercado navideño más importante de Viena.

Con mis deseos de que el año que viene sea mejor para todos, les dejo.

Servus.


El Complejo de Edipo (III): el Nombre Del Padre

En el Edipo, así como hay tres tiempos, conviene distinguir tres componentes: La Ley, el Modelo y la Promesa.

El padre es aquel que reconoce al niño, le confiere su personalidad por una palabra que es Ley, vínculo de parentesco espiritual y promesa. En síntesis en el Edipo, el niño al simbolizar el padre real accede a la Ley cuyo fundamento es el nombre del padre, y se instala en el registro simbólico.

Existe un término, el de forclusión, repudio o Verwerfung, que distinguirá a las neurosis de las psicosis. No hace falta que recalque lo importante que es. La psicosis se define por el fracaso de la represión originaria y consiguientemente por el fracaso del ingreso en lo simbólico o lenguaje.

El sujeto permanece adscrito a lo imaginario, tomado como real. Vemos como aparece una no distinción del significante y del significado, bien porque el significante resulte privilegiado y se tome literal, bien sea porque prevalezca el significado.

La causa de esta incapacidad para distinguir el significante del significado la constituye la ausencia de un sustituto originario de sí, producida por una resolución desfavorable del Edipo. El falo, cono veremos en el capítulo siguiente, es un término utilizado por J. Lacan, término que no hay que confundir con el sexo real, biológico, o sea, con lo que se denomina pene. El falo es un significante abstracto que, como símbolo que es, lleva más allá de su materialidad. El falo, como dice J. Lacan, es una significación que sólo es evocada por la metáfora paterna.

En una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis, Lacan propone una fórmula, en la que veremos cómo la metáfora se efectúa por una sustitución, en una relación de significante, como significado de otro significante, es decir: el significante S es reemplazado por otro significante S', por lo cual el primero desciende al rango de significado. He aquí la fórmula[1]:image

Así pues, en el origen el sujeto desea ser el falo, objeto del deseo de su madre.

Por tanto, se identifica con ella en su deseo, pero el padre por su prohibición hace imposible la fusión madre-hijo y señala a éste último de una carencia de ser fundamental. El niño es castrado, o sea, separado de su madre por la prohibición, el niño desea renunciar a la omnipotencia de su deseo y aceptar la ley que es limitación, asunción de dicha carencia. Por su acceso al nombre del padre el niño nombra su deseo, o sea, el falo, pero a costa de alienarlo. En efecto, el falo, verdadero objeto de su deseo, es rechazado en el inconsciente, es la represión originaria que determina el acceso al lenguaje.

Es importante que recordemos que el niño identificándose con su padre, pasa del registro del ser (ser el falo todopoderoso) al registro del tener (tener un deseo formulable en una demanda) y se empeña o compromete en la búsqueda de objetos cada vez más alejados del objeto de su deseo.


[1] Jacques Lacan, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis, Escritos II. México, Siglo XXI, 1989, p. 539.

El Complejo de Edipo (II)

Segundo tiempo: El padre interviene como el que priva y esto en un doble sentido:

- Priva al niño del objeto de su deseo.

- Priva a la madre del objeto fálico.

Como vemos su aptitud de aguafiestas se puede traducir, como ya dijimos, por un doble mandato:

- “No yacerás con tu madre”, le dice al niño.

- “No reintegrarás tu producto”, le dice a la madre.

El niño entonces tropieza con la prohibición (fundador del orden simbólico). Choca el niño con la Ley del Padre. Aquí, como vemos, se produce una sustitución de la demanda del sujeto: al dirigirse hacia el otro, he aquí que encuentra el Otro (A) del otro, su Ley. El deseo de cada uno está sometido a la Ley del deseo del otro[1].

Tercer tiempo: Es el de la identificación con el padre. No obstante resulta que, para que el padre sea reconocido como representante de la ley, hace falta que su palabra sea reconocida por la madre, pues sólo la palabra da al padre una función privilegiada y no la vivencia real de las relaciones con él, aún menos el reconocimiento de su papel en la procreación.

De tal manera ocurren los hechos, que el padre sólo está presente por su ley que es palabra, y únicamente en la medida en que su palabra es reconocida por la madre cobra valor de ley. Si la posición del padre queda en entredicho, el niño permanece sujeto a su madre.

Así pues, si el padre es reconocido por la madre como autor de la ley, el sujeto tendrá acceso al nombre del padre o metáfora paterna. Nombre del padre que es el significante del padre real o advenimiento del padre a la esfera del Otro Grande (A) al orden simbólico. Si el niño no acepta la ley o si bien la madre no le reconoce al padre esta función, el sujeto permanecerá identificado al falo y sujeto a la madre.

Pero si hay aceptación, el niño se identifica con el padre por ser éste quien tiene el falo. De esta manera el padre reinstaura el falo como objeto deseado por la madre y no ya como objeto del cual puede privarla en cuanto padre omnipotente. El niño entonces, identificado al padre, da principio al declinar del Edipo por la vía del haber y ya no por la vía del ser.

Al mismo tiempo se opera una castración simbólica, el padre castra al niño en cuanto falo y lo separa de su madre. Es deuda lo que hay que pagar para ser uno mismo, manteniéndose así el acceso al orden simbólico y constituyéndose lo que damos el nombre de Ideal del Yo, por obra de la instancia superyóica que en ese acceder tiene lugar.

La resolución del complejo de Edipo libera al sujeto proporcionándole el significante originario de él mismo, la subjetividad. El niño al interiorizar la ley se identifica con el padre y lo convierte en su modelo, la ley se vuelve entonces liberadora, es decir, el niño está separado de la madre, dispone de sí mismo, se percata de que ha de hacerse y se orienta hacia el futuro, se inscribe pues en lo social, en lo cultural, en el lenguaje.


[1] Ibíd., p. 87.

El complejo de Edipo (I) Primer tiempo

El Complejo de Edipo

Articulación de Jacques LacanSin título-2

Démosle la palabra al Dr. Lacan para captar el alcance de su enunciación: “es sabido que lo primero que reveló el análisis del inconsciente fue el complejo de Edipo: un accidente del Edipo provoca la neurosis. Posteriormente la historia del psicoanálisis pone sobre el tapete diversos problemas: ¿hay neurosis sin Edipo? o –cuestión correlativa– ¿no habrá detrás del Superyo paterno un Superyo materno aún más exigente? ¿Qué se debe entender por preedípico? ¿Se puede, como a veces se creyó, relacionar la perversión específicamente con el campo preedípico? De hecho, la perversión no escapa a la dialéctica del Edipo. Asimismo, en el campo de las psicosis, Melanie Klein estableció la precocidad con que aparece, como te rcer término, el pa­dre; según ella, el cuerpo de la madre desempeña el papel predominante en la evolución de la primera relación objetal, pero entre los malos objetos presentes en el cuerpo de la madre está el padre, representado bajo la forma de su pene. Por último, se ha reconocido al Edipo una función propiamente genital que implica una maduración orgánica, al mismo tiempo que el hecho de que el sujeto asuma su propio sexo; esta última dimensión del Edipo está ligada al Ideal del Yo

Todo esto invita a reconsiderar la función del padre, que está en el centro de la cuestión del Edipo. El análisis del caso del presidente Schreber nos ha enseñado que para la constitución del sujeto es esencial haber adquirido el nombre del padre: más allá del otro, es necesario que exista lo que da fundamento a la ley…

Para articular el nombre del padre, en cuanto puede ocasionalmente faltar, con el padre cuya presencia efectiva no es siempre necesaria como para que no falte, introduciremos la expresión metáfora paterna y la explicaremos al analizar la función del padre en el trío que forma con la madre y el niño.” Distinguiremos tres tiempos:

Primer tiempo: La metáfora paterna actúa en sí por cuanto la primacía del falo es instaurada en el orden de la cultura. La existencia de un padre simbólico no depende del hecho de que en una cultura dada se haya más o menos reconocido el vínculo entre el coito y alumbramiento, sino de que haya o no algo que responda a esa función definida por el nombre del padre. En este primer tiempo el niño trata de identificarse con lo que es el objeto del deseo de la madre: es deseo del deseo de la madre y no solamente de su contacto, de sus cuidados; pero hay en la madre el deseo de algo más que la satisfacción del deseo del niño; detrás de ella se perfilan todo ese orden simbólico del que depende y ese objeto predominante en el orden simbólico: el falo. Por eso el niño está en una relación de espejismo: lee la satisfacción de sus deseos en los movimientos esbozados del otro; no es tanto sujeto como sujetado, lo que puede engendrar una angustia cuyos efectos hemos seguido en el pequeño Hans, tanto más sujetado a su madre en la medida en que él encarna su falo.

Para agradar a la madre, es preciso y es suficiente con ser el falo: las identificaciones perversas pueden fundarse en la medida en que ese mensaje se realiza de manera satisfactoria. Y aun tal vía imaginaria nunca es enteramente accesible, lo que provoca todo el polimorfismo de la perversión. En el fetichismo, el sujeto –colocado en una cierta relación con ese objeto más allá del deseo de la madre– se identificaba imaginariamente con ésta; y en el travestismo, cómo se identificaba con el falo en cuanto oculto bajo las vestimentas de la madre[1].

Vemos pues cómo en este primer tiempo del que hemos hablado se ve una relación dual madre-hijo: el niño no desea sólo el contacto y los cuidados de mamá, sino que desea serlo todo para ella, el complemento de lo que a la madre le falta, el falo.

El niño es pues deseo del deseo de la madre, identificándose con el objeto de deseo del otro (otro pequeño de esa relación imaginaria que ya vimos en el esquema Lambda). Pasivamente sujeto a la servidumbre maternal, no es un sujeto sino una carencia, es el cero absoluto, porque no se sitúa en la red simbólica. Como vemos, al confundirse el niño con el objeto del deseo del otro, y en una fusión tal con su madre, se postula el niño como una nadería, un en blanco, porque no tiene sustituto –aún–, sustituto originario de él mismo, y por tanto está privado de toda individualidad o de subjetividad.

El niño está en el registro de la captación imaginaria, el Yo es su doble, pues hay una identificación con la madre a través de la identificación con el objeto de su deseo.


[1] Jacques Lacan, Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Nueva Visión, 1977, pp. 84-86.

Introducción a la obra de Lacan (XIV)

Tenemos pues que cuando un sujeto se comunica con otro, esa comunicación (lo que llamamos el lenguaje común), siempre está mediatizada por el eje imaginario a-a'. Dicho de otra manera, cuando un Yo se comunica con otro Yo distinto, pero semejante, resulta que hablarle a otro se convierte invariablemente en un diálogo de sordos. Es frustrante pero es así.

Por ello cuando un S se dirige a un A nunca llega a él directamente, porque ese Otro verdadero A está al otro lado del muro del lenguaje, así es como el sujeto S se encuentra fuera del circuito de su verdad (ir a la pág. 367 del t. II, notación Beta), esto nos lleva a que por más que la dialéctica de la intersubjetividad suponga un A verdadero –cuya existencia debe aceptarse para fundamentar la ubicación del sujeto que habla– esto se resuelve en definitiva en un intercambio imaginario de Yo a Yo... de a-a’ (Pasar a la anotación Alfa, pág. 367. t. II).

Por tanto la cuestión de la alienación del sujeto Yo (je), en y por el lenguaje, siempre sucede a favor de lo imaginario del Yo (moi) (Das ich), en ese sentido es en el que Lacan enfatiza la frase en la que afirma, el sujeto no sabe lo que dice, y con toda razón, puesto que no sabe lo que él es.

Registros

Introducción a la obra de Lacan (XIII)

Lambda2La relación que el sujeto mantiene consigo mismo, depende entonces de a y a’, de tal manera que se puede hablar de una auténtica dialéctica de las identificaciones de uno con el otro y del otro con el uno. Vamos a ver la orientación de los vectores en el esquema Lambda y con ello acabaremos con el mismo.

Sabemos que el sujeto se percibe a sí mismo bajo la forma de su Yo en a. La forma de su Yo, de su identidad, depende estrechamente del otro especular, tal como vimos en el estadio del espejo. Por eso la relación del Yo del sujeto consigo mismo y con los otros, depende siempre del eje imaginario a-a’, es una relación de incidencia recíproca. No descubro ya nada nuevo si digo que la relación del sujeto con su Yo depende necesaria mente del otro y al revés. Ejemplo: cuando un sujeto S trata de comunicarse con un sujeto A, nunca alcanza al destinatario auténticamente, y siempre es un Yo que se comunica concretamente con otro Yo semejante a él, dada la presencia del eje imaginario a-a’. La S que se dirige al gran A sólo logra comunicar con un pequeño otro (a’)

En el esquema Lambda el sentido de las flechas remite al orden de los hechos, a la estructura de esta comunicación intersubjetiva. El sujeto S que se dirige al A se encuentra desde el primer momento al pequeño otro (S-a’), que lo remite automáticamente a su propio Yo (a’-a) de acuerdo con el eje de construcciones imaginarias de los ego y los alter ego. Claro, hay una pregunta que se plantea, si el eje imaginario a-a’ es capaz de entrecortar lo que pasa a nivel del circuito, ¿qué pasa entre A y S? Bien, lo que pasa a ese nivel tiene un carácter conflictivo, pues hablar siempre es lo mismo: hablarle a otros. Ejemplo: un sujeto que le habla a otro, siempre le dirige un mensaje a ese otro al que considera un A Otro. Ese otro al que se dirige es considerado como un Otro (A) absoluto, un sujeto verdadero. Por tanto, el sujeto lo reconoce como otro, ahora bien a esto añada: no le conoce como tal.

Dice Lacan: el principio mismo que estructura la comunicación auténtica en esa clase de mensajes que el sujeto estructura como si vinieran del otro en forma invertida, es el motor de la palabra plena, de la palabra verdadera. Esto es radicalmente revolucionario, pues supone que el emisor recibe del receptor su propio mensaje en forma invertida. Ejemplo: Un sujeto que interpela al A diciéndole tú eres mi maestro, le formula –aunque no lo diga implícitamente– yo soy tu discípulo, de tal manera que con la afirmación tú eres mi maestro ese sujeto se hizo reconocer como un discípulo a la vista de Otro, al que se pueda reconocer explícitamente en su palabra como su maestro. La certeza de ese sujeto al decir eres mi maestro, sólo se puede fundar en un más allá de su palabra, o lo que es lo mismo, es un mensaje que le llegó previamente desde ese más allá..., ese más allá de la palabra de la que proviene ese mensaje implícito es el Otro. Esto hace que el lenguaje humano dependa de una comunicación en donde nuestro mensaje nos viene del Otro bajo una forma invertida.

En el esquema vemos la incidencia del A, Otro en el proceso de la comunicación intersubjetiva. Por tanto es fácil comprender el hecho de que el sujeto establezca consigo mismo una relación para siempre mediatizada –y anclada– por una línea donde constata lo que de imaginario tiene el eje que va de a a a'.

Ello nos lleva a confirmar un efecto que no por sabido –entre los analistas, se supone– conviene que se le desatienda: la relación de S y a, es decir la relación entre el sujeto en el lenguaje y ese Yo que cree serlo, pues semejante relación depende de a', es decir, de la imagen que de un otro el sujeto se recibe a través de él, e inversamente –al revés– la relación que el sujeto antes mencionado mantiene con ese otro (a') que es su semejante, dependerá de a, del Yo, de ese Yo que cree ser el origen de lo que en su inconsciencia intenta presentificar.

De tal guiso es la cosa que en juego se pone –y apelamos aquí al sentido que Das Ding tiene, en la concepción más puramente freudiana– que la dialéctica de la identificación, stricto sensu, se realizara de uno con el otro y del otro con el uno. Si observamos la pág. 366, t. II, notación alfa, veremos lo que ocurre cuando un sujeto se dirige a otro y qué es lo que ocurre con ese muro del lenguaje del que ya hemos hecho mención: la forma en que Lacan usa la locución Ek-sistentes y es-­sistentes, es una manera de metaforizar la posición de un sujeto con respecto a su discurso. El prefijo ex, la raíz sistere, indican la posición verdadera del sujeto que siempre es estar ubicado fuera de.

Introducción a la obra de Lacan (XII)

Lambda"S" Es el sujeto en su inefable y estúpida existencia, como dice el Dr. Lacan en los escritos. Se trata –en otras palabras– del sujeto atrapado en las redes del lenguaje, que no sabe lo que dice, pero a pesar de estar en la posición S, él no se ve aún en ese lugar.

Él se ve en a’ y es por eso que tiene un Yo. Él puede creer que ese Yo es él. Todo el mundo está en la misma y no hay manera de salir. Esto es una referencia explícita al estudio del espejo que ya vimos y a la conquista de una identidad a través de una imagen, imagen que ha sido vivida primero como imagen del otro y luego asumida como imagen propia. Y es que el sujeto accede a su identidad a partir de la imagen del otro. Bajo la forma del otro especular (o sea, la propia imagen del sujeto en el espejo), el sujeto percibirá también al otro, es decir, a su semejante situado en a’ en el esquema Lambda.

La relación que el sujeto mantiene consigo mismo está siempre mediatizada por una línea de ficción el eje a-a’. La relación entre S y a (yo-moi), depende de a’, e inversamente la relación que el sujeto mantiene con el otro a’, su semejante, depende de a. Se puede pues hablar de una dialéctica de identificación de uno con el otro, y del otro con uno.

El cuarto término del esquema Lambda es el A grande, A de Autre. En el esquema, además del eje o plano imaginario, hay un plano secante (ahí es donde uno se queda seco), plano al que Lacan llama: el muro del lenguaje.

¿Qué es el A grande? ¿Qué o quién es el Gran Otro?, como dice J. A. Miller en las ocho conferencias de Caracas, el Otro es en primer lugar el Gran Otro del lenguaje, que está siempre ya allí, es el Otro del discurso universal, de todo lo que se ha dicho en la medida que es pensable.

Es el Otro de la verdad, es también ese Otro que es un tercero respecto a todo diálogo, porque en el diálogo del uno y del otro (a-a’), siempre está lo que funciona como referencia.

El Otro es una dimensión de exterioridad, que tiene una función determinante para el sujeto. En este sentido es lo que Freud llamó otra escena, otra escena donde se sitúa la maquinaria del inconsciente.

La alienación del sujeto se localiza en el esquema Lambda del lado del eje a-a’: el esquema muestra que el sujeto sólo se ve en sí mismo en a, es decir, en tanto que Yo. Pero el Yo sólo llega al sujeto gracias a la identificación que le otorga su imagen especular, ya sea con su propia imagen en el espejo, ya sea con la imagen del otro pequeño, o del otro semejante (a’)

La relación que el sujeto mantiene consigo mismo, depende entonces de a y a’, de tal manera que se puede hablar de una auténtica dialéctica de las identificaciones de uno con el otro y del otro con el uno. Vamos a ver la orientación de los vectores en el esquema Lambda y con ello acabaremos con el mismo.

Sabemos que el sujeto se percibe a sí mismo bajo la forma de su Yo en a. La forma de su Yo, de su identidad, depende estrechamente del otro especular, tal como vimos en el estadio del espejo. Por eso la relación del Yo del sujeto consigo mismo y con los otros, depende siempre del eje imaginario a-a’, es una relación de incidencia recíproca. No descubro ya nada nuevo si digo que la relación del sujeto con su Yo depende necesariamente del otro y al revés. Ejemplo: cuando un sujeto S trata de comunicarse con un sujeto A, nunca alcanza al destinatario auténticamente, y siempre es un Yo que se comunica concretamente con otro Yo semejante a él, dada la presencia del eje imaginario a-a’. La S que se dirige al gran A sólo logra comunicar con un pequeño otro (a’)