La familia (V). El drama de los celos. El yo y el otro.

Celos El Yo se constituye al mismo tiempo que el otro en el drama de los celos. Para el sujeto se produce una discordancia que interviene en la satisfacción espectacular, ello implica la introducción de un objeto tercero que reemplaza a la confusión afectiva y a la ambigüedad especular mediante la concurrencia de una situación triangular. De ese modo, apresado en los celos por identificación, el sujeto llega a una nueva alternativa en la que se juega el destino de la realidad: el de reencontrar el objeto materno y aferrarse al rechazo de lo real y a la destrucción del otro. Al mismo tiempo, sin embargo, reconoce al otro con el que se compromete la lucha o el contrato.

El Yo así concebido no alcanza antes de los tres años su constitución esencial, el papel traumático del hermano en el sentido neutro está constituido así por su intrusión. La intrusión se origina en el recién llegado y afecta al ocupante, la reacción del ocupante ante el trauma depende de su desarrollo psíquico. Sorprendido por el intruso en el desamparo del destete, lo reactiva constantemente al verlo: realiza entonces una regresión que, según los destinos del Yo, será una psicosis esquizofrénica o una neurosis hipocondríaca o, sino, no reacciona a través de la destrucción imaginaria del monstruo que dará lugar, también, a impulsos perversos o a una culpa obsesiva.

Si el intruso, por el contrario, aparece recién después del complejo de Edipo, se lo adopta, por lo general, en el plano de las identificaciones paternas. Ya no constituye para el sujeto el obstáculo o el reflejo, sino una persona digna de amor o de odio. Las pulsiones agresivas se subliman en ternura o en severidad.

La familia (IV). El complejo de intrusión

Hermanos Es la experiencia que sufre el sujeto cuando ve participar junto con a él a otros en la relación familiar, o sea, cuando comprueba que tiene hermanos. Claro está que ello dependerá de la cultura y de la extensión que se otorga al grupo doméstico, y de las contingencias individuales. De este modo, de acuerdo al lugar que el destino otorga al sujeto en el orden de los nacimientos, el sujeto ocupará el lugar de heredero o de usurpador.

Los celos infantiles durante la historia de la humanidad han llamado la atención, teniendo éstos un papel en la génesis de la sociedad como hecho humano. Las investigaciones revelan que los celos en su base no representan una rivalidad vital, sino una identificación mental.

En efecto, si confrontamos dos niños entre 6 y 24 meses se comprueba que en esos niños aparecen reacciones de diversos tipos, en las que se entrevé cierta comunicación. En una de estas reacciones se ve una rivalidad bastante objetiva que se plasma en una cierta adaptación de las posturas y los gestos, a través de una alternancia ordenada en provocaciones y respuestas. En la medida misma de esta adaptación se ve el reconocimiento de un rival, es decir de un otro como objeto. Dicha reacción viene siempre condicionada a la diferencia de edades entre los sujetos, cuyo límite se reduce a dos meses aproximadamente en el primer año.

Si dicho límite no se cumple, la reacción de los sujetos es diferente, apareciendo entonces la seducción, el alarde y el despotismo, o sea, aparece entonces un conflicto no a dos, sino conflicto en cada sujeto, entre actitudes contrapuestas y complementarias.

De ahí que cuando uno de los dos sujetos se ofrece como espectáculo, y el otro lo sigue con la mirada, nos podríamos preguntar ¿cuál de los dos es en mayor medida espectador? En este caso se pro­duce la siguiente paradoja: cada compañero confunde la parte del otro con la suya propia y se identifica con él, pero también puede mantener esa relación con una participación mínima de ese otro y vivir toda la situación por sí sólo. Se comprueba de esta manera que en este estadio la identificación específica de las conductas sociales se basa en un sentimiento del otro, que sólo se puede desconocer si se carece de una concepción correcta en cuanto a su valor totalmente imaginario.

En las estructuras de la imagen de la que hablamos, en esa diferencia de edad reducida, se comprende que su condición equivale a una cierta semejanza entre los sujetos, comprobándose que la imagen del otro está ligada a la estructura del propio cuerpo en función de cierta semejanza.

El psicoanálisis nos demuestra en el hermano al objeto electivo de las exigencias de la libido, que en dicho estadio de la vida son homosexuales; existiendo también la confusión en este objeto de dos relaciones afectivas, amor e identificación, cuya oposición será funda­mental en estadios posteriores.

Los celos amorosos de los adultos son debidos al enorme interés del sujeto ante la imagen del rival, interés que aunque se afirma como negativo, odio, y que se origina en el objeto supuesto del amor, se muestra cultivado por el sujeto en forma gratuita y costosa, que domina hasta tal punto al sentimiento amoroso, que induce a interpretarlo como interés esencial y positivo de la pasión. Este interés confunde en sí mismo la identificación y el amor.

La agresividad se muestra como secundaria a la identificación. Sabemos que el amamantamiento constituye para el niño una neutralización temporal de las condiciones de lucha por el alimento. La aparición de los celos en relación con el amamantamiento pueden manifestarse en casos en los que el sujeto, sometido algún tiempo al destete, no se encuentra en una situación de competencia vital con su hermano, fenómeno éste que necesita una cierta identificación con el estado del hermano.

El carácter sadomasoquista que se da en esta etapa de la vida, hace que la agresividad domine la economía afectiva y, al mismo tiempo, sea soportada y actuada por el sujeto. Este papel que desempeña el masoquismo en el sadismo fue lo que condujo a Freud a afirmar la pulsión de muerte.

Vemos pues como en ese malestar del destete aparece un deseo de muerte que se reconoce como un masoquismo primario. De ahí que el niño reproduzca a través de los juegos ese malestar mismo, sublimándolo y superándolo. (Experiencia Fort-Da del nieto de Freud), donde en la expulsión el sujeto reproduce el patético destete, pero ahora es triunfador al ser el sujeto activo en su reproducción.

La identificación con el hermano proporciona la imagen que fija uno de los polos del masoquismo primario. Así la no violencia del suicidio primordial, engendra la violencia del asesinato imaginario del hermano, violencia que no tiene relación con la lucha por la vida. El objeto que elige la agresividad en los primeros juegos de la muerte, será un objeto biológicamente indiferente: un sonajero. El sujeto lo elimina gratuitamente por placer, limitándose a consumar la pérdida del objeto materno. La imagen del hermano no destetado sólo suscita cierta agresión, ya que repite en el sujeto la imagen de la situación materna y con ella el deseo de la muerte, siendo este fenómeno secundario a la identificación.

La Familia (III). El complejo de destete (2)

Bebote y narcisismo Sin embargo, algunas sensaciones exteroceptivas se aíslan en unidades de recepción apareciendo así los primeros intereses afectivos, cosa que se ve ante la reacción del acercamiento y alejamiento de per­sonas que se ocupan del niño.

Estas reacciones electivas permiten ver que en el niño existe un conocimiento precoz de la presencia que tiene la función materna, y el papel de trauma que puede desempeñar la sustitución de dicha presencia. El niño permanece totalmente comprometido con la satisfacción de las necesidades que corresponden a la primera edad y en la ambivalencia típica de las relaciones mentales que aparecen en ella.

La sensación de succión y presión constituyen la base de esta ambivalencia, el niño absorbe y es absorbido en el abrazo materno. No se puede hablar aquí aún de autoerotismo, ya que el Yo aún no está constituido.

Además de las sensaciones exteroceptivas, en el niño aparecen otro tipo de sensaciones internas como consecuencia de la imagen pre­natal. La angustia prototipo de la asfixia del nacimiento, y el frío, relacionado con la desnudez y el malestar laberíntico, organizan el malestar que el niño siente en esos primeros seis meses de vida, debido a una insuficiente adaptación ante la ruptura de las condiciones de ambiente y nutrición que constituyen el equilibrio de la vida intrauterina.

Toda esta concepción concuerda con la que el psicoanálisis encuentra en la experiencia, cuyo fondo último es la imagen del seno materno. Bajo las fantasías del sueño, y en las obsesiones de la vigilia, se perfilan con precisión las imágenes de un hábitat intrauterino en la vida extrauterina.

El hombre es un animal de nacimiento prematuro, esto explica las generalidades del complejo del destete. El destete otorga su expresión psíquica a la imagen más oscura de un destete anterior, más penoso y de mayor amplitud vital, destete que separa en el nacimiento al niño de la matriz, separación prematura que origina un malestar que ningún cuidado materno puede compensar.

Vemos pues cómo a partir de varios factores el niño constituye la imagen del seno materno, que dominará durante toda la vida. Esta misma imagen garantiza a la mujer una satisfacción psíquica privilegiada, mientras que sus efectos en la conducta de la madre preservan al niño del abandono que le sería fatal. Hay que tener en cuenta que en el amamantamiento, con el abrazo y la contemplación del niño la madre recibe al mismo tiempo y satisface el más primitivo de todos los deseos.

Existe, dice Lacan, una tendencia psíquica a la muerte, bajo la forma original que le otorga el destete, cosa que vemos en los suicidios sin violencia, donde aparece una forma oral del complejo (huelga de hambre), demostrando el análisis de estas personas que en dicho abandono ante la muerte el sujeto intenta reencontrar la imago de la madre.

También vemos como aún sublimada la imagen del seno materno, ésta sigue desempeñando un importante papel. Su forma más alejada de la conciencia, el hábitat prenatal, encuentra un símbolo en la habitación y en su umbral, sobre todo en sus formas primitivas: cavernas, chozas, cabañas. etc. De este modo todo lo que constituye la unidad doméstica del grupo familiar, se convierte para el sujeto en el objeto de una afección distinta de la que lo une a cada miembro del grupo, por lo que dicho abandono de la familia tiene el valor de una repetición del destete.

Oh, Wien, stadt meiner träume (Parte XX)

KundK

Kakania era un país ficticio que hacía referencia implícita a los últimos días del Imperio Austro- Hungaro. La denominación es debida a que el dicho Imperio siempre se nombrara como Kaiserlich und Koenigliche Doppel Monarchie, es decir: “Imperial y Real monarquía dual”; en una suerte de “tanto monta, monta tanto”. De ahí que la abreviatura K und K -o bien K & K- siga estando presente en la Ciudad de Viena allá donde se mire.

Ejemplo: la archí-famosa pastelería Demel sigue nombrándose como K und K Demel. No les aburro, pero les aseguro que sin el K und K pocas cosas de calidad podían encontrarse en el “fin de siécle” vienés.

Y a ese final de Siglo me quiero referir, cuando arquitectos de la talla de Otto Wagner conseguían sentar en un recargado trono art nouveau al mismísimo Kaiser, que accedía con mayor o menor entusiasmo por el bien de su Nación multicultural.

Kakania supo acomodarse a la situación de su tiempo, pero su época ya había pasado. La etiqueta española resultaba más anacrónica que un pen-drive en un retrato de Isabel la católica. “Renovación” hubiese sido la clave si el Imperio no hubiese ido siempre detrás de los cambios que tenían lugar en este vasto Imperio de cincuenta y pico millones de almas.

Algo queda de Kakania en la capital del antiguo Imperio. Para muestra un botón: Robert Tausk fue un psicoanalista, medico-psiquiatra, abogado y periodista que lo dejó todo por seguir a Sigmund Freud; nacido en Zsilina -hoy en la república Eslovaca-, allá por el año 1879. Cambió de religión para convertirse en católico dejando atrás su herencia judía. Sus cualidades, muchas; sus defectos, cierta inestabilidad emocional y un pensamiento genial, tan genial que debía crear no pocas envidias en un derredor gris y mohíno.

La cuestión es que finalizada la primera Guerra Mundial, casi sin amigos, con el rechazo implícito de Freud y viendo que todas las puertas se cerraban, decidió poner fin a su vida allá por 1919, es decir, a la temprana edad de 40 años.

Fue enterrado en el Cementerio Central de Viena y allí sigue.

En un viaje personal realizado en Julio de 1997, mi señora madre -conocedora de mi admiración por Tausk- me propuso armarme de valor e intentar buscar, no sin su ayuda, la tumba de mi admirado Viktor Tausk.

Tras recorrer en coche los entresijos del Cementerio central encontramos finalmente la tumba, y nos decepcionó el estado del pequeño jardín, que lucía bastante descuidado. Pusimos manos a la obra y fuimos directamente a las oficinas para protestar por este abandono. Primero se nos dijo que el mantenimiento se pagaba desde los Países Bajos -cosa cierta, me consta- segundo, que al no ser familia no era nuestro asunto. Yo no salía de mi asombro, ni mi madre de su cólera. Finalmente lo único que saque en claro fue la dirección del nieto de Tausk, con el que desde entonces me une una entrañable amistad.

La cuestión, amigos, es que la clepsidra siguió marcando el tiempo y, hete aquí, que esta semana recibo una carta oficial -¡doce años después!- para que envíe diligentemente una cantidad de dinero para hacerme cargo, hasta el año 2016, de los arreglos florales de la tumba, a lo que pienso ceder gustosamente. Pero… ¡Doce años después!

Como pueden ver el atraso en las contestaciones y la anedonia no las resuelve el cambio de régimen. Es intrínseca a un carácter que imperó por muchos años a remolque de los primos alemanes del norte.

Kakania fue grande, pero menos que Alemania. Kakania tuvo una sorprendente densidad de población, pero sensiblemente menor que la de sus primos-hermanos. Alemania era potencia industrial en fabricas de acero mientras kakania invertía diligente en hermosos valses vieneses.

Moraleja: todo llega.

Incluso en Kakania, tarde pero llega.

A mi madre, In Memoriam.

Servus.

La familia (II). El complejo de destete (1)

Destete Este complejo representa la forma primordial de la imago materna, dando lugar a los sentimientos más arcaicos y estables que son vínculo de unión del sujeto con la familia. El complejo del destete es el más primitivo del desarrollo psíquico que integra todos los complejos ulteriores y viene determinado por factores culturales, siendo desde este estadio primitivo diferente del instinto. Sin embargo, se asemeja al instinto en dos aspectos:

  1. El complejo del destete tiene rasgos generales en toda la especie.
  2. Representa en el psiquismo una función biológica: la lactancia.

De ahí los comportamientos que unen al niño con su madre, apareciendo en ello un carácter también fisiológico, dejando este instinto maternal de actuar en el animal cuando ha llegado el fin de la cría. Sin embargo, en el hombre se encuentra condicionado por una regulación cultural, que se manifiesta como dominante.

Apareciendo el destete en el hombre como un trauma cuyos efectos individuales se plasman en diversas sintomatologías: toxicomanías por vía oral, neurosis gástricas, etc. El destete por tanto, deja una huella permanente en el psiquismo humano, producto de esa interrupción en la relación biológica. Esta huella psíquica es la primera, sin duda, cuya solución presenta una estructura dialéctica, o sea solución, que se resuelve con una intención mental a través de esta intención el destete es aceptado o rechazado. Esta aceptación o rechazo no se conciben como una elección aunque determinan, como polos que coexisten, una actitud ambivalente, aunque uno de ellos prevalece (Melanie Klein).

El rechazo del destete es lo que instaura lo positivo del complejo, o sea, la tendencia a restablecer la imagen de dicha relación, cuyo contenido está formado por las sensaciones características de dicha edad, aunque su forma no aparece hasta que se produzca una organización mental de ellas.

Sabemos que este estadio es anterior al advenimiento de la elección de objeto, por lo que no podrán dichos contenidos, aún, representarse conscientemente, aunque sí que evolucionan a nivel inconsciente intentando modelar estructuras psíquicas ulteriores, volviendo a ser invocadas por asociación. De ahí que dichas sensaciones no se encuentran suficientemente coordinadas después del doceavo mes, como para que se haya completado el reconocimiento del propio cuerpo (imagen especular) y la noción de lo que es exterior.

El estadio del espejo corresponde a la declinación del destete, destete prematuro debido a un retraso en el crecimiento psíquico del hombre. Fragmentación del cuerpo e intento de consolidar esa unidad con respecto a la imagen especular de un otro, al que se identifica de una manera imaginaria y para siempre en uno mismo, o sea, se alinea el sujeto en ese eje imaginario dando lugar así a un mundo narcisista del Yo, en el sentido puramente energético de catexia de la libido sobre el propio cuerpo –narcisismo primario– y la consolidación de un ideal. Ya dijimos que en un primer momento el sujeto vive esa imagen especular como una intrusión temporal de tendencia extraña, o sea, intrusión narcisista. Esta intrusión primordial permite comprender toda proyección del Yo, cuando ésta se integra en un Yo neurótico.

La familia (I). El complejo, factor princeps

Familia La familia aparece aquí como carácter esencial del objeto a estudiar, siendo como el condicionamiento que sufre por los factores culturales que van en detrimento de los factores naturales.

Lo que define al complejo es el hecho de que reproduce una cierta realidad del ambiente, haciéndolo en forma doble: en la primera forma representa una realidad distinta, objetivamente a una etapa del desarrollo psíquico, en ella nos referimos a su génesis. En la segunda, su actividad repite en lo vivido la realidad, produciéndose experiencias que exigirán una mayor objetivización de la realidad, condicionando de esta manera el complejo. Vemos como esta definición implica que el complejo esté dominado por factores culturales. Vemos, también, como el complejo corresponde a la cultura. No por ello debemos de descartar cualquier relación de ésta con el instinto, ya que el instinto podrá ser ilustrado actualmente por su referencia al complejo.

Freud definió el complejo como factor esencialmente inconsciente, siendo la causa de efectos psíquicos no dirigidos por la conciencia, estos efectos son tan diversos y distintos que nos obligan a considerar como elemento fundamental del complejo, una representación inconsciente que llamaremos imago.

Complejo e imago vemos como toman tal énfasis en relación con la familia, que se revela como lugar fundamental de los complejos más estables y típicos, pasando la familia a constituir el objeto de un análisis concreto, viéndose incrementado el alcance de la familia como objeto y circunstancia psíquica.

Este progreso teórico indujo a proporcionar una fórmula del complejo que permitiera considerar e incluir los fenómenos conscientes, de estructura similar; complejos emocionales conscientes y sentimientos familiares suelen ser a menudo la imagen invertida de los complejos inconscientes. Complejos, imagos, sentimientos y creencias serán tratados por Lacan en relación con la familia y en función del desarrollo psíquico.

Las relaciones en función del Falo

Serlo o Tenerlo

El futuro del sujeto dependerá, como ya vimos en el complejo de Edipo, de la manera en que el padre introduzca la Ley. Pero ¿Cómo se juega entre los sexos las relaciones en función del falo? Siempre girarán en un ser o tener, que son un ser y tener que se refieren a un significante, y que por ese motivo tienen, como dicen Lacan, efecto contrariado, al dar por una parte realidad al sujeto en ese significante –de ahí se puede coger– y por otra parte, condenar al sujeto a la irrealización de las relaciones que pueden significarle –resbalan en el vacío, un no hay–.

Todo esto, lo venimos diciendo desde hace rato, tiene sus efectos a nivel de la relación entre los dos sexos, vaya que sí, en una suerte de comedia. Porque la mujer rechazará una parte de la feminidad para ser el falo, es decir el significante del deseo del Otro grande. Al no serlo (el falo) es por lo que pretende ser deseada al mismo tiempo que amada. Pero ¿y ella? ¿Dónde encuentra el significante de su deseo, de su propio deseo? Pues es muy sencillo, lo encuentra en el cuerpo de aquel a quien se dirige su demanda de amor, es por esta función significante, que el órgano que queda revestido de esta función, toma valor de fetiche: El pene. ¿Qué resultado tiene para la mujer todo esto? Pues se ve en la frigidez, que es ausencia de satisfacción propia de la necesidad y que las mujeres toleran bien, mientras que la represión inherente al deseo es menor que en el hombre[1], hay menor represión en la mujer.

Si el hombre encuentra cómo satisfacer su demanda de amor en la relación con la mujer, por el hecho de que ella en el amor –por obra del significante fálico– da lo que no tiene, eso hará que el hombre busque otra mujer, otra y otra, que pueda significar ese falo a títulos diversos, ya sea como virgen, ya sea como prostituta. El colmo santa y puta, eso es lo que se busca para preservarlo. Todo ello hace que en el caso del hombre la impotencia se viva fatal, y que al mismo tiempo la represión sea mayor.

Con respecto a la homosexualidad masculina, se constituye, como marca fálica del deseo, tener el falo, el falo de Otro se entiende, mientras que la homosexualidad femenina se orienta en una decepción que refuerza la vertiente de la demanda de amor. Todo ello nos lleva a que aparezca la curiosa consecuencia de que la ostentación viril, ser muy macho, sea una ostentación femenina.

Sé entrevé pues lo dicho por Freud, a saber: qué no hay más qué una libido y ésta es de naturaleza masculina. La función del significante fálico, desembocará aquí en su relación más profunda, aquella por la cual los antiguos encarnaban en él la inteligencia y la palabra.


[1] Jacques Lacan, La significación del falo, Escritos 2, México, Siglo XXI, 1989, p. 674.

La significación del Falo en la Spaltung del sujeto

El falo es el significante de ese levantamiento mismo que inicia por su desaparición. Es pues,  este falo, el significante que cae sobre el significado, marcándole. Así es como se produce una condición de complementariedad, en la instauración del sujeto por el significante. Es decir, la Spaltung.

A saber:Falo y spaltung

  1. El sujeto sólo designa un ser poniendo una barra en todo lo que significa . Es decir, da significados a los significantes, lo cual lo convierte en un sujeto en busca del deseo.
  2. Lo que está vivo de ese ser en lo reprimido originario, encuentra su significante por recibir la marca de la represión del falo, del significante fálico. (Gracias a lo cual el inconsciente es lenguaje. En las psicosis no hay Urver-dräungnung, no hay represión originaria de ese significante fálico . Hay Verwerfung, o sea, repudio).

¿Dónde tiene acceso el sujeto al falo? Pues en el lugar del Otro, en tanto en cuanto ese es el lugar de los significantes. Pero allí, en el Otro grande, el falo está velado, está y no está, es presencia y ausencia, es razón del deseo del Otro, única manera que tiene el sujeto para preguntarse por su deseo, pues el deseo es siempre deseo del Otro.

Es ese deseo del Otro como tal, lo que al sujeto se le impone reconocer, es decir, el Otro. Pues el deseo del Otro hace referencia al propio sujeto, por tanto un otro pequeño, en cuanto que es el mismo sujeto dividido de la Spaltung, de la escisión del significante.

Que el falo tiene función significante es algo que no escapa a la clínica, he ahí el hecho kleiniano en el que el niño aprehende que la madre contiene, en cursiva, el falo. Pero donde se ordena el desarrollo de lo que venimos diciendo, tiene lugar en la dialéctica de la demanda de amor. (No sé si lo he dicho, pero no vamos a hablar de amor). La demanda de amor padece de un deseo, cuyo significante le es extraño, ajeno, pues si el deseo de la madre es el falo, el niño quiere ser el falo para satisfacer el deseo de la madre.

La división inmanente al deseo se hace sentir por obra y gracia del intento del sujeto de presentar al Otro, lo que puede tener de real que corresponda al falo, pues lo que tiene no vale más que lo que no tiene. Es en el momento en que el sujeto se da cuenta, se apercibe que la madre no tiene el falo, es en ese momento que se inaugurará la posible consecuencia sintomática, fobia para unos, penis-neid para otras y no sólo para otras, que el complejo de castración deja su marca.