Introducción a la obra de Lacan (II)

Después de la muerte de Freud, acaecida en 1939, el panorama psicoanalítico mundial era –por decirlo de una manera escueta– bastante desolador. Bien es cierto que la asociación llamada Internacional aún hoy en día, reinaba bajo las directrices de una troika creada al efecto. Pero algo ocurría: nada de producción teórica, nada de discusión con respecto a la clínica… el único debate estaba centrado entre Anna Freud y Melanie Klein, gran señora del psicoanálisis a la que se le empieza a hacer justicia ahora...

El psicoanálisis había ido cayendo en una suerte de american way of life desde que la central –anteriormente ubicada en Londres– pasó a Chicago, con el consiguiente cambio en lo que se refiere a la técnica, pues se comenzó a amoldar el psicoanálisis a las necesidades del mercado. De ahí a esa imagen tétrica,
yo diría tragicómica, que llegó a tener el psicoanalista entre el público profano, no hay más que un paso. En esas condiciones surge en Francia algo nuevo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Lo que surge tiene nombre, y es un hombre: Jacques Marie Emile Lacan. Nacido en París en 1901, Lacan estudió medicina y se especializó en psiquiatría. Enfocó su tesis doctoral en el incómodo terreno de las psicosis y, poco a poco, se fue introduciendo en el psicoanálisis, que a la sazón en Francia estaba regido por la princesa imperial Marie Bonaparte.

Lacan entró en el psicoanálisis mediante una contribución, un pequeño trabajo que envió al congreso del año 1936. Dicho trabajo es el estadio del espejo.

Durante la gran guerra pasó Lacan a la Francia liberada y terminada la contienda se instaló como psicoanalista en París. Ahí comienza todo.

Cuando el Dr. Lacan vio como se encontraba el edificio del psicoanálisis comenzó su obra desde dentro, pues no hay que olvidar que pertenecía a la I.P.A.

El psicoanálisis se había convertido, después de la muerte de Freud, en una psicoterapia más, con un tiempo regulado estrictamente y –lo que es más grave– se había transformado en una ego-psychologie, o sea, en una psicología del Yo.

El insigne Loewenstein, Anna Freud y otros llegaron a la siguiente conclusión: bien, puesto que el paciente tiene problemas, tiene síntomas. Tendremos que tratar y asociarnos con la parte sana de su Yo para vencer tales resistencias mediante el reforzamiento de ese supuesto trozo de su Yo sano.

Esto es una aberración pues –a menos que se haga magia– si se pone en marcha un mecanismo de reforzamiento del Yo del paciente, se refuerza sus síntomas de igual forma.

Además, al respecto de las teorías y obras de Freud nadie hablaba, todo era segunda tópica: el Yo y el Ello, nada más. Incluso se consideraba casi una herejía cualquier innovación en este campo. Con Lacan todo esto cambió. Por lo pronto, Lacan propugnó una vuelta a Freud, lo que significaba un retorno a los escritos del maestro; una verdadera vuelta a Freud que diera un nuevo impulso a la ciencia psicoanalítica. Pero eso fue todo pues Lacan extrajo aportaciones de la antropología estructural, y de esa nueva ciencia piloto llamada lingüística, que han sido a la teoría lacaniana lo que las histerias a Freud.

Lacan se define como freudiano. Su mérito consistió en haber hecho avanzar la teoría, justo desde donde la dejó Freud a su muerte, hasta nuestros días. Conceptos tales como falo, objeto
a, fantasma, estadio del espejo, orden significante, metáfora paterna, etc... Los iremos viendo.

Toda la enseñanza de Lacan se encuentra en sus famosos Seminarios, que no están todos publicados. Se trata de la recopilación y puesta a punto de sus teorías, difundidas ante un público.

Con respecto a las obras escritas por Lacan, la cosa se simplifica, pues sólo existen los llamados Escritos, en dos volúmenes. Son de muy difícil lectura, ya que condensan sus teorías.

Empecemos pues; quizás sea una afirmación espectacular, pero es la verdad: una de las preocupaciones de Lacan fue la de restaurar la originalidad freudiana de la experiencia del inconsciente, bajo el lema de una hipótesis audaz y bastante revolucionaria. Es la siguiente:

El inconsciente (ese sistema que antes hemos visto y que constituye la base del psicoanálisis), está estructurado como un lenguaje. Podemos decir que esa afirmación es la hipótesis general de toda la elaboración teórica lacaniana.

Recordemos que la hipótesis genial de Freud con respecto al sueño consistirá en aplicarle al mismo la técnica de investigación que él ya había aconsejado, con el éxito que todos conocemos a otras manifestaciones psicológicas, como la obsesión y la angustia. El método es el de la asociación libre. Esta técnica, que permite identificar la significación de manifestaciones psíquicas de origen inconsciente a raíz de sus virtudes prácticas, permitirá realizar la generalización de una pluralidad de manifestaciones psíquicas que tienen en común la facultad de significar otra cosa que lo que significan de manera inmediata.

Nosotros sabemos que el sueño es un discurso disfrazado, encubierto, condensado, del cual se perdió el código. Pero el sueño descubre a partir de su carácter extraño su propio secreto en un discurso claro y significante, gracias al laborioso trabajo asociativo. Freud interpela, en el tomo de La interpretación de los sueños, al sueño en referencia a un sistema de elementos significantes análogos, o sea, parecidos a los elementos significantes del lenguaje.

Freud nos convoca inevitablemente a ese orden del lenguaje a partir del momento en que el principio de investigación del inconsciente queda suspendido, constantemente al flujo de las cadenas asociativas, que al no ser otra cosa que cadenas de pensamientos nos conducen inconscientemente a cadenas de palabras. Así mismo, Lacan perfila la afirmación de que un discurso siempre dice mucho más de lo que pretende decir, comenzando por el hecho de que pueda significar algo totalmente distinto de lo que se encuentra inmediatamente enunciado, o dicho.

Bien pues, sigamos avanzando: el padre de la lingüística estructural es Ferdinand de Saussure, suizo que vivió en el Siglo XIX y al que no se le empezó a hacer justicia hasta bien entrado este siglo. Saussure, en su Curso de lingüística general, introduce el concepto de signo lingüístico, que más tarde Lacan recogerá para integrarlo en el psicoanálisis.

El signo lingüístico es una entidad de dos caras, que no une una cosa a una palabra, sino un concepto a una imagen acústica. ¿Qué es una imagen acústica? Evidentemente no se trata del sonido material, que sería algo puramente físico, sino su huella psíquica, o sea la representación que de él nos dan nuestros sentidos.

Bien, vemos pues que el signo lingüístico es una entidad psíquica de dos caras, en la que ambos elementos, concepto e imagen acústica, mantienen una relación de asociación. Saussure sustituye el término concepto por el de significado y el de imagen acústica por el de significante.

Por tanto, ya podemos decir que el signo lingüístico es la relación entre un significado y un significante. Veamos ahora pues, de una manera breve, las propiedades del signo lingüístico.

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