El signo lingüístico es pues una entidad psíquica de dos caras que representaremos en concepto/imagen acústica. Estos dos elementos están íntimamente unidos y se relacionan recíprocamente. Llamaremos signo lingüístico a la combinación del concepto y de la imagen acústica, aunque en el uso corriente este término, signo lingüístico, designa generalmente la imagen acústica.
En la palabra Arbor, usada como ejemplo por Saussure, vemos que si llamamos signo a Arbor, no es más que gracias a que conlleva el concepto árbol, de tal manera que la idea de la parte sensorial implica la del conjunto.
Es por lo que proponemos, dice Ferdinand de Saussure, conservar la palabra signo, para designar el conjunto y reemplazar el concepto e imagen acústica respectivamente, con significado y significante.
El signo lingüístico así definido, posee unas características primordiales:
a) Lo arbitrario del signo. El lazo de unión significante-significado es arbitrario, o sea el conjunto del signo lingüístico es arbitrario[1].
Se ha utilizado la palabra símbolo para designar el significante; ahora bien, existe algunos problemas: el símbolo no es nunca arbitrario, no está vacío, existe pues un enlace natural entre el significado y el significante.
La palabra arbitrario necesita una observación, no debe de dar idea de que el significante depende de la libre elección del hablante, con esto queremos decir, que es inmotivado, arbitrario con relación al significado.
b) Carácter lineal del significante. El significante, por ser de naturaleza auditiva, se desenvuelve en el tiempo únicamente, teniendo dos caracteres:
- Representa una extensión. - Dicha extensión es mensurable en una sola dimensión. - Es una línea[2].Los significantes acústicos no disponen más que de la línea del tiempo, sus elementos se presentan unos a otros formando una cadena –representación por medio de la escritura–, donde la sucesión en el tiempo es sustituida por la línea espacial de los signos gráficos.
c) Inmutabilidad y mutabilidad del signo. Inmutabilidad: el significante, aunque aparezca como elegido libremente con relación a la idea, no le sucede lo mismo en relación a la comunidad lingüística que lo emplea. No es libre, es impuesto[3].
Esto nos lleva a pensar que el signo lingüístico sufre una ley admitida por la colectividad de parlantes, y no ya una regla libremente consentida.
Es por ello que el signo lingüístico está fuera del alcance de nuestra voluntad. La lengua nos aparece cono una herencia de la época precedente que tenemos que tomar tal cual, aunque existe un balanceo entre la tradición impuesta y la acción libre de la sociedad. Este factor de la tradición siempre es dominante, excluyendo todo cambio lingüístico, general y súbito. Ante esta cuestión podremos apoyar en ese dicho del carácter, la presencia simultánea de los otros. Estos valores están siempre constituidos:
- Por una cosa desemejante susceptible de ser trocada por otra cuyo valor está por determinar.
- Por cosas similares que se pueden comparar con aquéllas cuyo valor está por ver.
A partir de todo esto, vemos como el Dr. Lacan, aprovechando la lingüística, juega con este término –signo lingüístico– e intenta adoptar su carácter al psicoanálisis, pero dándole un mayor valor al significante, como único e individual –y al mismo tiempo universal– en lo que a la masa hablante se refiere. De ahí que invierta el signo lingüístico haciendo que el significante pase a ocupar una posición libre e independiente en cada sujeto, que dé respuesta a tantos significados como, quizás, sujetos existentes.
La regla de oro del psicoanálisis busca esa asociación significante/significado, para investigar el punto del problema del sujeto. Empleando para ello el valor que engendra la metonimia y la metáfora para los procesos mentales.
[1] F. de Saussure, Curso de Lingüística General, Buenos Aires. Losada, 1978, p. 130.
[2] Ibíd., p. 133.
[3] Ibíd., p. 135.
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