Corría el año 1938, cuando tras la caída del austro-fascismo y el asesinato del Canciller Dollfus, Adolf Hitler decidió con su propio beneplácito y el de sus correligionarios, declarar la “Anschluss” (anexión) de Austria al III Reich, en una suerte de juego malabar en el cual despojó al país incluso de su nombre, pasando a llamarlo Ostmark (o lo que es lo mismo: marca oriental), en una suerte de provincia fronteriza con los Balcanes.
Conviene recordar al lector que el mismo Führer era austriaco, aunque para algunos resulte chocante. Es claro que desde la llegada de los nazis al poder, en esta suerte de nueva región se iban a implementar las mismas leyes raciales que llevaban cierto tiempo causando estragos en Alemania.
Freud y su familia, al igual que tantos otros, se vieron inmersos en el peligro real de un exterminio, al que solo sobreviviría parte de la familia. Debió ser duro para un europeo de su talla tener que pasar por la ratificación (in situ), de su propia teoría thanática sobre el ser humano, acostumbrados como estaban a un estado de bienestar que venía durando varias décadas. Europa, Europa…
Se sabe que Ernst Jones intentó convencer al Doctor Freud de la necesidad de refugiarse en un país, Gran Bretaña, que aunque enemigo en la Primera Guerra Mundial, mostraba una humanidad de la que otras naciones adolecían. (Por cierto, solo un país en el mundo protestó ante la Sociedad de Naciones por la anexión: México. Los demás se arrimaron al sol que por aquellas fechas más calentaba).
Freud nunca quiso salir ni de su casa ni de su ciudad. Sólo cuando un sombrío día la Gestapo se llevó a su hija Anna, bajo arresto, al cuartel general de la Morzinplatz de Viena, comenzó a plantearse seguir la senda del exilio.
Hemos titulado el artículo “Jones versus Marie Bonaparte”, porque últimamente se atribuye a la gestión de Jones el mérito del asilo de Freud, cuando sus influencias fueron escasas. Fue mérito de Marie Bonaparte (sobrina nieta de Napoleón I y por tratamiento Princesa Imperial) que sus gestiones, (face to face) con el dictador Italiano Mussolini, que Freud y parte de su familia pudiera escapar de Austria. Así fue como se produjo la segunda diáspora, vía Paris, hasta Londres.
Otros no tuvieron la misma suerte, incluyendo a las hermanas de Freud. Del mismo modo, algunos que emigraron no pudieron asimilar la pérdida de su mundo anclado en un ayer, irremediablemente perdido.
El por qué de este artículo se halla en la página hermanada de Gerardo F. Santamaría. Allí se ha adjuntado para descarga el documental “The century of the Self” (de visionado más que recomendable, por otra parte), en el que se le atribuye a Ernst Jones el mérito íntegro del exilio freudiano.
Saludos afectuosos.
Conviene recordar al lector que el mismo Führer era austriaco, aunque para algunos resulte chocante. Es claro que desde la llegada de los nazis al poder, en esta suerte de nueva región se iban a implementar las mismas leyes raciales que llevaban cierto tiempo causando estragos en Alemania.
Freud y su familia, al igual que tantos otros, se vieron inmersos en el peligro real de un exterminio, al que solo sobreviviría parte de la familia. Debió ser duro para un europeo de su talla tener que pasar por la ratificación (in situ), de su propia teoría thanática sobre el ser humano, acostumbrados como estaban a un estado de bienestar que venía durando varias décadas. Europa, Europa…
Se sabe que Ernst Jones intentó convencer al Doctor Freud de la necesidad de refugiarse en un país, Gran Bretaña, que aunque enemigo en la Primera Guerra Mundial, mostraba una humanidad de la que otras naciones adolecían. (Por cierto, solo un país en el mundo protestó ante la Sociedad de Naciones por la anexión: México. Los demás se arrimaron al sol que por aquellas fechas más calentaba).
Freud nunca quiso salir ni de su casa ni de su ciudad. Sólo cuando un sombrío día la Gestapo se llevó a su hija Anna, bajo arresto, al cuartel general de la Morzinplatz de Viena, comenzó a plantearse seguir la senda del exilio.
Hemos titulado el artículo “Jones versus Marie Bonaparte”, porque últimamente se atribuye a la gestión de Jones el mérito del asilo de Freud, cuando sus influencias fueron escasas. Fue mérito de Marie Bonaparte (sobrina nieta de Napoleón I y por tratamiento Princesa Imperial) que sus gestiones, (face to face) con el dictador Italiano Mussolini, que Freud y parte de su familia pudiera escapar de Austria. Así fue como se produjo la segunda diáspora, vía Paris, hasta Londres.
Otros no tuvieron la misma suerte, incluyendo a las hermanas de Freud. Del mismo modo, algunos que emigraron no pudieron asimilar la pérdida de su mundo anclado en un ayer, irremediablemente perdido.
El por qué de este artículo se halla en la página hermanada de Gerardo F. Santamaría. Allí se ha adjuntado para descarga el documental “The century of the Self” (de visionado más que recomendable, por otra parte), en el que se le atribuye a Ernst Jones el mérito íntegro del exilio freudiano.
Saludos afectuosos.
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