Oh, Wien, stadt meiner träume!! (Parte IV)

Aunque Adolf Loos, gran arquitecto del fin de siglo, llamaba a Viena “villa Potemkin” por la profusión barroca-rococó de la Ringstrasse, era consciente de que su ciudad de adopción se encontraba en el mascarón de proa del movimiento Art Nouveau.
Este arte llamado en Europa central Jugendstil o Sezession, tuvo la bendición del emperador Francisco José, que había nombrado a Otto Wagner “Hofbaurat”, es decir, arquitecto jefe imperial. Eso sería anecdótico si no fuera porque a poco de adentrarnos en el Ring, nos encontramos con edificios como Urania, antiguo observatorio construido en este estilo por el discípulo del mencionado Wagner, Maximilian Fabiani. Así, a ritmo de un vals que acaba de comenzar, nos sorprenderá la ÖPSK o, lo que es lo mismo, el edificio de la caja postal de ahorros. Sólo por esta construcción la ciudad bien vale un viaje, al menos de fin de semana, aunque solo sea para admirar las victorias aladas y sus acroteras, que custodian como ángeles de la guarda la entrada al complejo.
No pasa de moda, no hay manera… arquitectura para apasionados de lo efímero. Muy próximo en la Rennweg Strasse podrán encontrar, edificios más o menos fallidos, de artistas que a través de las calendas se han ido quedando en el anonimato. La cuestión es que el estilo se extendió como la pólvora por toda la ciudad, regalándonos las paradas y estaciones del suburbano de Karlplatz (milagrosamente salvadas de los bombardeos de la guerra), o el pabellón imperial de metro sito enfrente del palacio de Schoenbrunn. Todo lo pueden visitar si se animan en algún momento.
Pero el movimiento modernista no iba a quedarse anclado en la arquitectura, por lo que casi prematuramente un pintor como Gustav Klimt se sumó al proyecto, llevando a cabo obras maestras como los retratos de Adele Bloch-Bauer y la célebre Judith, (que da la impresión de que se encuentra mirando al visitante desde el pedestal de su indiferencia).
Como dato curioso, les diré que la modelo que posó para Klimt era una trabajadora del oficio más antiguo del mundo, y que la cabeza de Holofernes que sujeta es la del propio pintor, que confesó que se había inspirado en la relación con su imperial señora suegra.
Los artesanos, por su parte, decidieron crear la famosa “Wiener Werksttäte”, o “manufacturas vienesas”, de las que siguen viviendo muchos trabajadores, pues allí donde no llega el Danubio se fundaron las filiales de Salzburgo primero y Nueva York después, inaugurando una larga lista para amantes de un gusto que siempre bordea lo rebuscado y lo simple.

Quizás la obra más famosa del modernismo vienés fue, ha sido y será el palacio de la Sezession, en cuyo frontispicio se puede leer “DER ZEIT IHRE KUNST , DER KUNST IHRE FREIHEIT”, que viene a decir, “a cada época su arte, a cada arte su libertad”. Este es el legado que les dejó a los amantes de lo bello Joseph Maria Olbricht, prematuramente desaparecido por una leucemia que no entendía de arte.
Los vieneses llaman al edificio de la Sezession “el repollo de oro”, por su filigrana dorada y esférica de laureles, con la cual está coronado. Por si fuera poco, en su interior se encuentra el famoso friso de Beethoven realizado por Klimt, del que muchos atesoramos un trocito de réplica.
Irreverente y falto de tacto sería el que esto escribe si olvidara decirles que algunas de las obras más conocidas de Wagner se encuentran en Linkewienzeile Strasse, una al lado de otra: la Majolikahaus, la casa de los medallones… edificios hermanados con la casa de las mujeres gritando, obra de Ottmar schimkovitz.
Y como no puedo cansar al viajero con todas las obras de ingeniería civil que el modernismo le debe a Viena, solo les diré a los interesados en las enfermedades mentales que una maravilla (una más de la ciudad) fue encargar a Wagner la edificación del hospital para enfermos mentales, allá en lo alto de una colina del distrito Ottakring. Junto a dicho hospital se encuentra la Iglesia para los enfermos conocida como Kirche am Steinhof, maravilla de lo funcional.
Por cierto, un día les contaré de qué color es el Danubio.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

la sociedad vienesa anterior a 1914 vivía inmersa en la confianza. En el decir de Stefan Zweig en una "edad de oro de la seguridad".Todo, empezando por su casi milenaria monarquía, parecía asentarse sobre el fundamento de lo duradero y de lo invariable.
Convencidos, además, por la influencia del idealismo liberal del s. XIX de que se caminaba hacia el mejor de los mundos y hacia el progreso, nada malo podia suceder. La calidad de vida aumentaba, mejoraban en confort(no solo alcanzaba éste a las casas aristocráticas, tambien a la pequeña burguesía e incluso se confiaba en que llegaría al hogar del proletario)
Se avanzaba en derechos sociales, en higiene, en salud y prácticas aconsejables como el deporte.
Sentían estas gentes que se alejaban de manera definitiva de toda posibilidad de violencia y maldad.Se cría tan poco, escribe S. Zweig, en recaídas en la barbarie, por ejemplo guerras entre los pueblos de Europa, como en brujas y fantasmas.
Pensaban que las naciones caminaban hacia una fusión armoniosa que aseguraría a la humanidad el bien supremo de la paz.
Había afán de civilización y ese ímpetu sirvió de imán a todas las corrientes de la cultura europea(armoniosamente, en la ciudad de la música, se iba fundiendo lo germano, lo eslavo, lo español, lo húngaro, lo italiano, lo frances y lo flamenco).Fluía un espíritu totalmente cosmopolita. En Viena se era ciudadano del mundo.
Con dos millones de habitantes, era una auténtica metrópoli, pero al mismo tiempo no se había desligado aún de la naturaleza. Las últimas casas colindaban con los bosques y se reflejaban en las impetuosas aguas del Danubio. Un paisaje de armonía, sutilidad, equilibrio...
Se amaba la buena cocina, el buen vino, los dulces y las deliciosas tartas, las veladas en cafés y, por supuesto, la música, el teatro, el arte de la conversación y los buenos modales.
En suma, la vida era fácil, ligera y despreocupada en aquella vieja Viena, con su famosa máxima de "vive y deja vivir".
Y sucedió, sin embargo, que se les rompió sorpresivamente y sin solución el mundo y se quedaron sin suelo bajo los pies.
Dice S. Zweig "tuvimos que dar la razón a Freud cuando afirmaba ver en nuestra cultura tan solo una capa muy fina que en cualquier momento podía ser perforada por las fuerzas destructoras del infierno"
Cuando la barbarie terminó, de ese mundo derrumbado de un soplo, quedó un pequeño estado sin padre. La seguridad se había convertido en un sueño infantil del que había que despertar.Viena, consciente de lo poco conscientes que fueron, de lo superfluos que llegaron a ser y lo ajenos a los verdaderos problemas humanos, de la arrogancia que en el fondo escondía su seguridad..tuvo que ir madurando. Desencantada y llena de lucidez, con la certeza de que nunca regresarían al lugar donde habían sido confiados y felices, hizo lo único que podía hacer. En un gesto definitivo de afirmación de la vida y de la muerte, volvió a los cafés, al deleite de saborear la tarta sacher, a calzarse nuevos zapatos y, como si nada ocurriera, a seguir bailando.


teresa Coll Sanmartin

Anónimo dijo...

Buenas tardes!entendi que no aceptaran mis comentarios puesto que fueron poco afortunados.independientemente segui en mi busqueda de informacion sobre el tema del que trata su blog y disfruté de la narracion de una señorita teresa c.cuando me sorprendi de que ese comentario, lo lei en alguna parte exacto, entonces fue cuando observe que en el apartado Oh,wien,stadt meiner traüme!!parte 3 y parte 4 se encontraba la mismita narracion.Pero,con diferencia horaria al colgarla, por ello, pensé en decirselo por si fue un error al colgar el comentario. Espero, no se enoje, y como no desearle unas felices vacaciones, una vez mas se despide:
Fabiana.

Valentín Sánchez Baumgarten dijo...

Muchisimas gracias Fabiana por lo de teresa.
Yo tambien le deseo unas buenas vacaciones, nosotros seguiremos colgando en la red cosas.
Saludos
Valentin Sanchez Baumgarten