Pero, ¿qué es un café vienés?
Es un lugar para relajarse, leer la prensa, comer algo, jugar si se desea al billar, hacer amigos, despachar correspondencia y un largo etcétera… que siempre comienza y termina tomando café.
Desde luego, si llegara un hipotético fin del mundo a los vieneses les pillaría en el café. Todo, absolutamente todo, recuerda a otra época. Hasta las cigarreras de los lavabos esperan un óbolo por custodiar los servicios públicos. No es otro ambiente, es otro mundo irremediablemente perdido para siempre…. menos en Viena.
Si les cuesta creerlo, hagan la prueba e intenten traducir la palabra alemana “camarero” (Herr Ober), tan usada en la ciudad, por la de “kellner” (habitual del alemán normativo). Si cometen tamaña afrenta quizás entiendan el por qué de tanta ceremonia.
Después de la secular dinastía de los Habsburgos, los cafés vieneses son la institución que más perdura en el tiempo en una ciudad que, impertérrita, perdió la memoria allá por el año 1914.
En el Cafe Landtmann, además de publicar quincenalmente un periódico propio y gratuito para parroquianos y visitantes, los políticos comparten local con los actores del Burgtheater (y los sujetos que van de visita “a captar” alguna onda de las que pudo dejar el Dr.Freud). Y es que desde la caoba aún se oyen las promesas de una tercera tópica.
El Café Landtmann exhibe orgulloso más de doscientas maneras de preparar un café. Pueden elegir , evidentemente… pero yo les recomiendo el “ kafe mit milch”, llamado en Viena por herencia afrancesada “melange”, y que no es otra cosa que el café con leche elevado a la categoría archiducal.
Y hablando de herencias, les recuerdo que hubo un tiempo en que las monarquías del Imperio español y Austria eran la misma, de ahí que exista una Escuela Española de Equitación, o que la calle adyacente a la de Freud se llame Schwarzspanierstrasse, haciendo alusión a los hábitos de los monjes españoles que se instalaron en el distrito de Alsergrund. Así mismo, no debemos obviar un delicioso pastel que los vieneses llaman Spanierwind (viento español), y que todos conocemos como “merengue”.
Cuando un Vienés se enfada es de uso común la palabra “Karhjo”, que no es ni más ni menos que la vienización de nuestro “carajo”… En fin, cuando alguien no está interesado en lo que le dicen suele añadir “das kommt mir spanisch vor” (me suena a español), aludiendo que la conversación le suena a chino.
En definitiva, mucha herencia española y muchos albaricoques confitados (llamados en esta ciudad “Marillen” en clara referencia al color amarillo de esta fruta).
Volviendo a lo nuestro, el café Landtmann les ofrece un ambiente elegante en la parte final de la Ringstrasse. Quizás demasiado barato para algo tan bueno y bonito.
Ahora, eso sí, si a usted le gusta acompañarse de un cierto aire de intelectualidad, o quiere acaparar por osmosis flecos de la “nouvelle vague” ni que decir tiene que debe visitar el café Hawelka, institución para escritores, soñadores, profesores universitarios y un largo etcétera.
Al estar en Dorotheergasse, tiene enfrente la casa de subastas Dorotheum, donde casi todo se puede comprar, vender o empeñar, de tal manera que si en el café se encuentran a algún parroquiano con aire triste, quizás venga de traicionar al reloj de su bisabuelo paterno, antiguo héroe de la batalla de Wagram.
No obstante, yo personalmente tuve la fortuna de conocer, saludar y charlar con el fundador del establecimiento, el Señor Leopold Hawelka. Humilde en el trato, cortés con los clientes y que tenía mil y una historias para contar. Afortunadamente, tras la defunción del mismo su hijo retomó la antorcha del padre, y el local prosigue su andadura en un perpetuum mobile.
Por cierto, he de confesarles que no puedo dejar de sentir cierto bochorno al haber tenido que seleccionar unos establecimientos concretos, pero les aseguro que si no son todos los que están, al menos están algunos de los que son.
Al no serme posible reducir en una única entrega el tema, haremos una segunda parte para presentarles otras instituciones del asueto: el Café Central (palacio Ferste l), el Sperl, el Griendsteidl, el Prückel , el Imperial…
Por último en esta entrega, mencionarles el café Museum, cuya valía estriba en ser obra del arquitecto y gentleman Adolf Loos, ya mencionado en otra entrega de la serie vienesa.
Su obra al principio fue muy criticada por “la falta” de ornamentación tan del gusto vienés. Hoy en día este café y sus sillas de la manufactura Thonet suele estar repleto, por más que le sigan apodando “café nihilismus ” en referencia a la prudente falta antes citada.
No es de extrañar que los turcos (tan dados a los apodos) llamaran a Viena “puerta de oro”. Si hubiesen conocido los otomanos de “la sublime puerta” el destino que le iban a dar a su brebaje, quizá jamás hubiesen levantado el sitio de 1683.
Cerca del gran río también hay cafés, pero son modestos y sin una larga historia.
Por cierto, un día les contaré de qué color es el Danubio.