A.E.I.O.U. o lo que es lo mismo Alles Erdreich Ist Österreich Untertan (en alemán). Todo el mundo depende de Austria, es un acrónimo repetido hasta la saciedad; en monumentos, palacios, edificaciones gubernamentales y privadas de la ciudad de Viena. Fue el lema secular de los Habsburgo durante centurias y hoy queda como curiosidad en multitud de fachadas.
Uno de estos días les contaré si lo desean y me lo hacen saber, la teoría del Graben y el centro del universo, que refuta totalmente la afirmación daliniana que el ombligo del cosmos se encuentra en la estación de Perpiñán.
Pero volvamos a nuestros cafés. El Frauenhueber tiene una solera que nadie le puede sustraer, pero no se puede sostener un local en el hecho de que Wolfgang “Amadeus” Mozart tocara allí algunas veces.
En cambio el Café Central, sito en el palacio Ferstel, es un lugar “casi” mágico. El Central abrió allá por 1860. De los clientes habituales quizás nombrar a Peter Altenberg, que tenía en el local su verdadera residencia, Hugo von Hofmannsthal y Adolf Loos, el arquitecto del que ya les hablé y volveré a mencionar en algún apartado de estos relatos.
Se dice que el consejero Aulico Clam-Martinic, hablando sobre una posible revolución en Rusia, comentó a un secretario: “¿Quién se supone que hará la revolución? ¿El Señor Bronstein?” , y es que se refería a un sujeto que con el tiempo fue conocido en todo el mundo como León Trotsky, y que por aquel entonces vivía exiliado en la ciudad.
Curiosamente, años después, cuando Trotsky se exilió a México y vivía en Coyoacan, eligió una calle llamada Viena para fijar su residencia, lugar donde como es sabido fue asesinado por orden de Stalin en 1940.
En fin, decía Alfred Polgar que el Central no era una cafetería, si no una de forma de Weltanschaung (de ver el mundo). Eso sí… desde un asiento privilegiado.
En el periodo anterior a la guerra el Café Sperl, sito en Gumpendorfer strasse, concentró a una serie de amantes del café y su cultura, como ejemplo baste nombrar a artistas tan famosos como Josef Hoffman, Koloman Moser (fundador de las manufacturas vienesas), Joseph Maria Olbricht, constructor del palacio Sezession, y un largo etcétera…
De hecho, en el ambiente de este café sigue perdurando un aire de otro tiempo que crea reminiscencias del pasado.
Para turistas en busca de ambientes muy contemplativos, quizá el café Griensteidl sea ideal. En este local sentó sus reales el escritor Karl Kraus, que durante cuarenta años escribió y editó su periódico sarcástico “Die Fackel” (La Antorcha).
Además el sitio lo vale, enclavado en la Michaelerplatz (plaza de Santa Micaela) frente a la iglesia del mismo nombre, y asimismo frente a la parte del Hofburg o palacio Imperial, llamada Michaelertrackt (ala de San Miguel), con su hermosísima cúpula.
En plena Ringstrasse podemos encontrar el Café Prückel, con una historia centenaria y un ambiente en estilo modernista que no tiene nada que envidiar al resto de los mil ciento y pico locales restantes de la ciudad.
Se me olvidaba comentarles que para celebrar la victoria sobre los turcos, a finales del siglo XVII, los panaderos vieneses realizaron una especie de bollo con forma de media luna (llamado en el original alemán Halbmond) y que después se hizo famoso en Francia y el resto de Europa por el nombre de “croissant”.
Así que ya lo saben, si desean probar un croissant, el original se inventó en Viena. Recuerden que los hay de todos los sabores. Y es que para gustos… colores.
Por cierto, un día les contaré de qué color es el Danubio.
Uno de estos días les contaré si lo desean y me lo hacen saber, la teoría del Graben y el centro del universo, que refuta totalmente la afirmación daliniana que el ombligo del cosmos se encuentra en la estación de Perpiñán.
Pero volvamos a nuestros cafés. El Frauenhueber tiene una solera que nadie le puede sustraer, pero no se puede sostener un local en el hecho de que Wolfgang “Amadeus” Mozart tocara allí algunas veces.
En cambio el Café Central, sito en el palacio Ferstel, es un lugar “casi” mágico. El Central abrió allá por 1860. De los clientes habituales quizás nombrar a Peter Altenberg, que tenía en el local su verdadera residencia, Hugo von Hofmannsthal y Adolf Loos, el arquitecto del que ya les hablé y volveré a mencionar en algún apartado de estos relatos.
Se dice que el consejero Aulico Clam-Martinic, hablando sobre una posible revolución en Rusia, comentó a un secretario: “¿Quién se supone que hará la revolución? ¿El Señor Bronstein?” , y es que se refería a un sujeto que con el tiempo fue conocido en todo el mundo como León Trotsky, y que por aquel entonces vivía exiliado en la ciudad.
Curiosamente, años después, cuando Trotsky se exilió a México y vivía en Coyoacan, eligió una calle llamada Viena para fijar su residencia, lugar donde como es sabido fue asesinado por orden de Stalin en 1940.
En fin, decía Alfred Polgar que el Central no era una cafetería, si no una de forma de Weltanschaung (de ver el mundo). Eso sí… desde un asiento privilegiado.
En el periodo anterior a la guerra el Café Sperl, sito en Gumpendorfer strasse, concentró a una serie de amantes del café y su cultura, como ejemplo baste nombrar a artistas tan famosos como Josef Hoffman, Koloman Moser (fundador de las manufacturas vienesas), Joseph Maria Olbricht, constructor del palacio Sezession, y un largo etcétera…
De hecho, en el ambiente de este café sigue perdurando un aire de otro tiempo que crea reminiscencias del pasado.
Para turistas en busca de ambientes muy contemplativos, quizá el café Griensteidl sea ideal. En este local sentó sus reales el escritor Karl Kraus, que durante cuarenta años escribió y editó su periódico sarcástico “Die Fackel” (La Antorcha).
Además el sitio lo vale, enclavado en la Michaelerplatz (plaza de Santa Micaela) frente a la iglesia del mismo nombre, y asimismo frente a la parte del Hofburg o palacio Imperial, llamada Michaelertrackt (ala de San Miguel), con su hermosísima cúpula.
En plena Ringstrasse podemos encontrar el Café Prückel, con una historia centenaria y un ambiente en estilo modernista que no tiene nada que envidiar al resto de los mil ciento y pico locales restantes de la ciudad.
Se me olvidaba comentarles que para celebrar la victoria sobre los turcos, a finales del siglo XVII, los panaderos vieneses realizaron una especie de bollo con forma de media luna (llamado en el original alemán Halbmond) y que después se hizo famoso en Francia y el resto de Europa por el nombre de “croissant”.
Así que ya lo saben, si desean probar un croissant, el original se inventó en Viena. Recuerden que los hay de todos los sabores. Y es que para gustos… colores.
Por cierto, un día les contaré de qué color es el Danubio.
1 comentarios:
Un comentario cortito en torno al Secesión vienesa.
Decir que ésta, muy influida y por ello deudora de la Escuela de Glasgow (Mackintosh), aportará al conjunto del modernismo una nota de equilibrio, de mesura, sin duda de elegancia.
No tendrá la gracilidad de las obras hechas en Bélgica o en Francia, ni impactará tanto como la pétrea arquitectura de Gaudí, pero su particularidad y su encanto residen en que fue donde con más claridad dieron forma a la idea que se perseguía; Un “arte nuevo” adaptado a los nuevos tiempos. Éste aunaría belleza y funcionalidad, alcanzaría a todas las producciones( desde la estructura de un edificio hasta la manivela de sus puertas),combinaría los más diversos materiales y colocaría a la misma altura, codo con codo, a artistas y artesanos.
Viena, confiada realmente en el bienestar y en todas las posibilidades que la industrialización y la modernidad traerían, apostó por las ideas gestadas en Glasgow que se desarrollaron aquí plenamente.
El resultado fue que estructuras muy depuradas y sutiles y motivos ornamentales muy sencillos pero de gran personalidad, al combinar la geometría con las formas sinuosas de la naturaleza, como círculos alineados, flores cuadráticas o simples hojas de laurel, se extenderían generosamente por ciudades de toda Europa( en Valencia tenemos un buen ejem. en la Estación del Norte), se medirían para siempre y sin complejos con todo el arte del pasado, y anunciarían el devenir del diseño del siglo xx.
Un beso a Valentín, a Susana y a todos.Terasa Coll
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