La familia (IV). El complejo de intrusión

Hermanos Es la experiencia que sufre el sujeto cuando ve participar junto con a él a otros en la relación familiar, o sea, cuando comprueba que tiene hermanos. Claro está que ello dependerá de la cultura y de la extensión que se otorga al grupo doméstico, y de las contingencias individuales. De este modo, de acuerdo al lugar que el destino otorga al sujeto en el orden de los nacimientos, el sujeto ocupará el lugar de heredero o de usurpador.

Los celos infantiles durante la historia de la humanidad han llamado la atención, teniendo éstos un papel en la génesis de la sociedad como hecho humano. Las investigaciones revelan que los celos en su base no representan una rivalidad vital, sino una identificación mental.

En efecto, si confrontamos dos niños entre 6 y 24 meses se comprueba que en esos niños aparecen reacciones de diversos tipos, en las que se entrevé cierta comunicación. En una de estas reacciones se ve una rivalidad bastante objetiva que se plasma en una cierta adaptación de las posturas y los gestos, a través de una alternancia ordenada en provocaciones y respuestas. En la medida misma de esta adaptación se ve el reconocimiento de un rival, es decir de un otro como objeto. Dicha reacción viene siempre condicionada a la diferencia de edades entre los sujetos, cuyo límite se reduce a dos meses aproximadamente en el primer año.

Si dicho límite no se cumple, la reacción de los sujetos es diferente, apareciendo entonces la seducción, el alarde y el despotismo, o sea, aparece entonces un conflicto no a dos, sino conflicto en cada sujeto, entre actitudes contrapuestas y complementarias.

De ahí que cuando uno de los dos sujetos se ofrece como espectáculo, y el otro lo sigue con la mirada, nos podríamos preguntar ¿cuál de los dos es en mayor medida espectador? En este caso se pro­duce la siguiente paradoja: cada compañero confunde la parte del otro con la suya propia y se identifica con él, pero también puede mantener esa relación con una participación mínima de ese otro y vivir toda la situación por sí sólo. Se comprueba de esta manera que en este estadio la identificación específica de las conductas sociales se basa en un sentimiento del otro, que sólo se puede desconocer si se carece de una concepción correcta en cuanto a su valor totalmente imaginario.

En las estructuras de la imagen de la que hablamos, en esa diferencia de edad reducida, se comprende que su condición equivale a una cierta semejanza entre los sujetos, comprobándose que la imagen del otro está ligada a la estructura del propio cuerpo en función de cierta semejanza.

El psicoanálisis nos demuestra en el hermano al objeto electivo de las exigencias de la libido, que en dicho estadio de la vida son homosexuales; existiendo también la confusión en este objeto de dos relaciones afectivas, amor e identificación, cuya oposición será funda­mental en estadios posteriores.

Los celos amorosos de los adultos son debidos al enorme interés del sujeto ante la imagen del rival, interés que aunque se afirma como negativo, odio, y que se origina en el objeto supuesto del amor, se muestra cultivado por el sujeto en forma gratuita y costosa, que domina hasta tal punto al sentimiento amoroso, que induce a interpretarlo como interés esencial y positivo de la pasión. Este interés confunde en sí mismo la identificación y el amor.

La agresividad se muestra como secundaria a la identificación. Sabemos que el amamantamiento constituye para el niño una neutralización temporal de las condiciones de lucha por el alimento. La aparición de los celos en relación con el amamantamiento pueden manifestarse en casos en los que el sujeto, sometido algún tiempo al destete, no se encuentra en una situación de competencia vital con su hermano, fenómeno éste que necesita una cierta identificación con el estado del hermano.

El carácter sadomasoquista que se da en esta etapa de la vida, hace que la agresividad domine la economía afectiva y, al mismo tiempo, sea soportada y actuada por el sujeto. Este papel que desempeña el masoquismo en el sadismo fue lo que condujo a Freud a afirmar la pulsión de muerte.

Vemos pues como en ese malestar del destete aparece un deseo de muerte que se reconoce como un masoquismo primario. De ahí que el niño reproduzca a través de los juegos ese malestar mismo, sublimándolo y superándolo. (Experiencia Fort-Da del nieto de Freud), donde en la expulsión el sujeto reproduce el patético destete, pero ahora es triunfador al ser el sujeto activo en su reproducción.

La identificación con el hermano proporciona la imagen que fija uno de los polos del masoquismo primario. Así la no violencia del suicidio primordial, engendra la violencia del asesinato imaginario del hermano, violencia que no tiene relación con la lucha por la vida. El objeto que elige la agresividad en los primeros juegos de la muerte, será un objeto biológicamente indiferente: un sonajero. El sujeto lo elimina gratuitamente por placer, limitándose a consumar la pérdida del objeto materno. La imagen del hermano no destetado sólo suscita cierta agresión, ya que repite en el sujeto la imagen de la situación materna y con ella el deseo de la muerte, siendo este fenómeno secundario a la identificación.

2 comentarios:

Acuarius dijo...

LuZ

María Gargutié dijo...

Buenos días.
Me gustaría saber si la información que está ofreciendo tiene algún libro o material que yo pueda consultar. Necesito mas información sobre el complejo de intrusión, y me agradaría su ayuda. Gracias por su apoyo, adiós.
Mi mail: mariamontserratgg@gmail.com