La familia (II). El complejo de destete (1)

Destete Este complejo representa la forma primordial de la imago materna, dando lugar a los sentimientos más arcaicos y estables que son vínculo de unión del sujeto con la familia. El complejo del destete es el más primitivo del desarrollo psíquico que integra todos los complejos ulteriores y viene determinado por factores culturales, siendo desde este estadio primitivo diferente del instinto. Sin embargo, se asemeja al instinto en dos aspectos:

  1. El complejo del destete tiene rasgos generales en toda la especie.
  2. Representa en el psiquismo una función biológica: la lactancia.

De ahí los comportamientos que unen al niño con su madre, apareciendo en ello un carácter también fisiológico, dejando este instinto maternal de actuar en el animal cuando ha llegado el fin de la cría. Sin embargo, en el hombre se encuentra condicionado por una regulación cultural, que se manifiesta como dominante.

Apareciendo el destete en el hombre como un trauma cuyos efectos individuales se plasman en diversas sintomatologías: toxicomanías por vía oral, neurosis gástricas, etc. El destete por tanto, deja una huella permanente en el psiquismo humano, producto de esa interrupción en la relación biológica. Esta huella psíquica es la primera, sin duda, cuya solución presenta una estructura dialéctica, o sea solución, que se resuelve con una intención mental a través de esta intención el destete es aceptado o rechazado. Esta aceptación o rechazo no se conciben como una elección aunque determinan, como polos que coexisten, una actitud ambivalente, aunque uno de ellos prevalece (Melanie Klein).

El rechazo del destete es lo que instaura lo positivo del complejo, o sea, la tendencia a restablecer la imagen de dicha relación, cuyo contenido está formado por las sensaciones características de dicha edad, aunque su forma no aparece hasta que se produzca una organización mental de ellas.

Sabemos que este estadio es anterior al advenimiento de la elección de objeto, por lo que no podrán dichos contenidos, aún, representarse conscientemente, aunque sí que evolucionan a nivel inconsciente intentando modelar estructuras psíquicas ulteriores, volviendo a ser invocadas por asociación. De ahí que dichas sensaciones no se encuentran suficientemente coordinadas después del doceavo mes, como para que se haya completado el reconocimiento del propio cuerpo (imagen especular) y la noción de lo que es exterior.

El estadio del espejo corresponde a la declinación del destete, destete prematuro debido a un retraso en el crecimiento psíquico del hombre. Fragmentación del cuerpo e intento de consolidar esa unidad con respecto a la imagen especular de un otro, al que se identifica de una manera imaginaria y para siempre en uno mismo, o sea, se alinea el sujeto en ese eje imaginario dando lugar así a un mundo narcisista del Yo, en el sentido puramente energético de catexia de la libido sobre el propio cuerpo –narcisismo primario– y la consolidación de un ideal. Ya dijimos que en un primer momento el sujeto vive esa imagen especular como una intrusión temporal de tendencia extraña, o sea, intrusión narcisista. Esta intrusión primordial permite comprender toda proyección del Yo, cuando ésta se integra en un Yo neurótico.

La familia (I). El complejo, factor princeps

Familia La familia aparece aquí como carácter esencial del objeto a estudiar, siendo como el condicionamiento que sufre por los factores culturales que van en detrimento de los factores naturales.

Lo que define al complejo es el hecho de que reproduce una cierta realidad del ambiente, haciéndolo en forma doble: en la primera forma representa una realidad distinta, objetivamente a una etapa del desarrollo psíquico, en ella nos referimos a su génesis. En la segunda, su actividad repite en lo vivido la realidad, produciéndose experiencias que exigirán una mayor objetivización de la realidad, condicionando de esta manera el complejo. Vemos como esta definición implica que el complejo esté dominado por factores culturales. Vemos, también, como el complejo corresponde a la cultura. No por ello debemos de descartar cualquier relación de ésta con el instinto, ya que el instinto podrá ser ilustrado actualmente por su referencia al complejo.

Freud definió el complejo como factor esencialmente inconsciente, siendo la causa de efectos psíquicos no dirigidos por la conciencia, estos efectos son tan diversos y distintos que nos obligan a considerar como elemento fundamental del complejo, una representación inconsciente que llamaremos imago.

Complejo e imago vemos como toman tal énfasis en relación con la familia, que se revela como lugar fundamental de los complejos más estables y típicos, pasando la familia a constituir el objeto de un análisis concreto, viéndose incrementado el alcance de la familia como objeto y circunstancia psíquica.

Este progreso teórico indujo a proporcionar una fórmula del complejo que permitiera considerar e incluir los fenómenos conscientes, de estructura similar; complejos emocionales conscientes y sentimientos familiares suelen ser a menudo la imagen invertida de los complejos inconscientes. Complejos, imagos, sentimientos y creencias serán tratados por Lacan en relación con la familia y en función del desarrollo psíquico.

Las relaciones en función del Falo

Serlo o Tenerlo

El futuro del sujeto dependerá, como ya vimos en el complejo de Edipo, de la manera en que el padre introduzca la Ley. Pero ¿Cómo se juega entre los sexos las relaciones en función del falo? Siempre girarán en un ser o tener, que son un ser y tener que se refieren a un significante, y que por ese motivo tienen, como dicen Lacan, efecto contrariado, al dar por una parte realidad al sujeto en ese significante –de ahí se puede coger– y por otra parte, condenar al sujeto a la irrealización de las relaciones que pueden significarle –resbalan en el vacío, un no hay–.

Todo esto, lo venimos diciendo desde hace rato, tiene sus efectos a nivel de la relación entre los dos sexos, vaya que sí, en una suerte de comedia. Porque la mujer rechazará una parte de la feminidad para ser el falo, es decir el significante del deseo del Otro grande. Al no serlo (el falo) es por lo que pretende ser deseada al mismo tiempo que amada. Pero ¿y ella? ¿Dónde encuentra el significante de su deseo, de su propio deseo? Pues es muy sencillo, lo encuentra en el cuerpo de aquel a quien se dirige su demanda de amor, es por esta función significante, que el órgano que queda revestido de esta función, toma valor de fetiche: El pene. ¿Qué resultado tiene para la mujer todo esto? Pues se ve en la frigidez, que es ausencia de satisfacción propia de la necesidad y que las mujeres toleran bien, mientras que la represión inherente al deseo es menor que en el hombre[1], hay menor represión en la mujer.

Si el hombre encuentra cómo satisfacer su demanda de amor en la relación con la mujer, por el hecho de que ella en el amor –por obra del significante fálico– da lo que no tiene, eso hará que el hombre busque otra mujer, otra y otra, que pueda significar ese falo a títulos diversos, ya sea como virgen, ya sea como prostituta. El colmo santa y puta, eso es lo que se busca para preservarlo. Todo ello hace que en el caso del hombre la impotencia se viva fatal, y que al mismo tiempo la represión sea mayor.

Con respecto a la homosexualidad masculina, se constituye, como marca fálica del deseo, tener el falo, el falo de Otro se entiende, mientras que la homosexualidad femenina se orienta en una decepción que refuerza la vertiente de la demanda de amor. Todo ello nos lleva a que aparezca la curiosa consecuencia de que la ostentación viril, ser muy macho, sea una ostentación femenina.

Sé entrevé pues lo dicho por Freud, a saber: qué no hay más qué una libido y ésta es de naturaleza masculina. La función del significante fálico, desembocará aquí en su relación más profunda, aquella por la cual los antiguos encarnaban en él la inteligencia y la palabra.


[1] Jacques Lacan, La significación del falo, Escritos 2, México, Siglo XXI, 1989, p. 674.

La significación del Falo en la Spaltung del sujeto

El falo es el significante de ese levantamiento mismo que inicia por su desaparición. Es pues,  este falo, el significante que cae sobre el significado, marcándole. Así es como se produce una condición de complementariedad, en la instauración del sujeto por el significante. Es decir, la Spaltung.

A saber:Falo y spaltung

  1. El sujeto sólo designa un ser poniendo una barra en todo lo que significa . Es decir, da significados a los significantes, lo cual lo convierte en un sujeto en busca del deseo.
  2. Lo que está vivo de ese ser en lo reprimido originario, encuentra su significante por recibir la marca de la represión del falo, del significante fálico. (Gracias a lo cual el inconsciente es lenguaje. En las psicosis no hay Urver-dräungnung, no hay represión originaria de ese significante fálico . Hay Verwerfung, o sea, repudio).

¿Dónde tiene acceso el sujeto al falo? Pues en el lugar del Otro, en tanto en cuanto ese es el lugar de los significantes. Pero allí, en el Otro grande, el falo está velado, está y no está, es presencia y ausencia, es razón del deseo del Otro, única manera que tiene el sujeto para preguntarse por su deseo, pues el deseo es siempre deseo del Otro.

Es ese deseo del Otro como tal, lo que al sujeto se le impone reconocer, es decir, el Otro. Pues el deseo del Otro hace referencia al propio sujeto, por tanto un otro pequeño, en cuanto que es el mismo sujeto dividido de la Spaltung, de la escisión del significante.

Que el falo tiene función significante es algo que no escapa a la clínica, he ahí el hecho kleiniano en el que el niño aprehende que la madre contiene, en cursiva, el falo. Pero donde se ordena el desarrollo de lo que venimos diciendo, tiene lugar en la dialéctica de la demanda de amor. (No sé si lo he dicho, pero no vamos a hablar de amor). La demanda de amor padece de un deseo, cuyo significante le es extraño, ajeno, pues si el deseo de la madre es el falo, el niño quiere ser el falo para satisfacer el deseo de la madre.

La división inmanente al deseo se hace sentir por obra y gracia del intento del sujeto de presentar al Otro, lo que puede tener de real que corresponda al falo, pues lo que tiene no vale más que lo que no tiene. Es en el momento en que el sujeto se da cuenta, se apercibe que la madre no tiene el falo, es en ese momento que se inaugurará la posible consecuencia sintomática, fobia para unos, penis-neid para otras y no sólo para otras, que el complejo de castración deja su marca.

Oh, Wien, stadt meiner träume!! (Parte XIX)

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Isabel de Wittelsbach. Más conocida por el diminutivo Sissi (nacida Elisabetta Amalia Eugenia von Wittelsbach, Duquesa de Baviera), fue emperatriz de Austria (1854-1898) y reina de Hungría (1867-1898).

Nació en Baviera. Con 16 años Elisabeth acompañó a su madre y a su hermana en un viaje a la residencia de verano de Ischl, donde se esperaba que el Emperador de Austria Francisco Jose se fijase en la mayor de las hermanas. En su lugar, se sintió atraído por la menor de ellas, y es por ello que eligió a Elisabeth.

A Elisabeth las dificultades para adaptarse a la estricta etiqueta española -que todavía se practicaba rígidamente en la corte de Habsburgo-, le resultaban insufribles, no obstante cumplió con su deber monárquico dándole al emperador tres hijos en rápida sucesión: la archiduquesa Sofía muerta a los dos años; la archiduquesa Gisela; el esperado sucesor al trono, el archiduque Rodolfo, príncipe de la corona y la archiduquesa Maria Valeria. Como era costumbre en la corte, se le negó a Elisabeth la crianza de sus hijos, que estuvo a cargo de su suegra y tía, la archiduquesa. Por añadidura, después del nacimiento de Rodolfo el matrimonio comenzó a deteriorarse. Sólo se le permitió criar a su última hija, María Valeria, a la que ella llamaba cariñosamente "mi hija húngara", dado el gran aprecio que le tenía a ese país.

Dotada de gran belleza, se caracterizó por ser una persona rebelde, culta y avanzada para su época: fumaba, hablaba varios idiomas, practicaba la equitación, escribía poesía, cuidaba su figura, le gustaba viajar… Paradójicamente, la mayor parte de su vida permaneció alejada de Viena, debido en parte a los continuos enfrentamientos con su suegra, la archiduquesa Sofía, y más tarde por la muerte de su primogénita Sofía (lo que le llevó a una severa depresión), y el suicidio del príncipe heredero Rodolfo y su amante, una baronesa de la nobleza húngara de nombre Maria Vetsera de diecisiete años de edad.

Sufría una fobia que le provocaba, durante sus breves estancias en Viena, trastornos psicosomáticos como cefaleas, náuseas y depresión nerviosa. La emperatriz se mantuvo siempre que pudo alejada de Viena y de la vida pública. Fue una emperatriz ausente de su Imperio, aunque no por ello menos querida por el pueblo o menos pendiente de los asuntos de Estado. De hecho, fue una de las impulsoras de la coronación de Francisco José como rey de Hungría.

Mujer muy culta, tenía un carácter obsesivo, en especial por su cabello, que era de color rubio obscuro y se lo tintó de castaño para resaltar sus adornos de flores. Estudió griego, para disfrutar de los clásicos, con tal afán que llegó a dominarlo. Estudiaba durante horas y contrató a un lector llamado Cristomanos que durante años le leyó obras clásicas en esta lengua y con el que sostenía charlas en griego, para practicar. Profundamente identificada con la causa húngara, Sissi aprendió con ahínco este idioma hasta dominarlo por completo. Dominaba también el inglés y alemán, circunstancia que aprovechó para leer obras en estas lenguas directamente.

En 1889, la vida de Elisabeth quedó desolada por la muerte de su único hijo, y por tanto del único heredero al trono, el príncipe Rodolfo, de 30 años.

Después de la muerte de Rodolfo, la Emperatriz siguió siendo un icono adondequiera que fuera: un largo vestido negro con botones en la parte superior, una sombrilla blanca hecha de cuero y un abanico marrón que escondía su rostro de miradas curiosas. Sólo unas pocas fotografías se conservan, de fotógrafos con suerte que lograron congelarla en una imagen sin que ella lo advirtiera. La emperatriz, que siempre había estado en extremo preocupada por su belleza y su figura, a partir de la treintena dejó cada vez menos que la retrataran y mucho menos que le hicieran fotos, ocultando su rostro tras sombreros, abanicos y sombrillas, para que nadie la captara en su madurez. Que la Emperatriz Elisabeth visitara a su marido el Emperador en Viena era extraño, pero curiosamente su correspondencia aumentó de frecuencia durante los últimos años, y por aquel entonces la relación entre los emperadores se había convertido en platónica y cariñosa.

En su barco de vapor imperial, llamado Miramar, la Emperatriz recorrió el Mar Mediterráneo, siendo uno de sus lugares favoritos Cap Martin, donde el turismo se había hecho constante a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Pasaría algunas temporadas de verano en la isla de Corfú, donde se construyó un palacio, el "Aquilleón", en honor a Aquiles, uno de sus héroes griegos preferidos. Además, visitó otros países como Portugal, España, Marruecos, Argelia, Malta y Grecia, Turquía y Egipto, ya que los viajes se habían vuelto en algo común en su vida, aunque también en un escape de ella misma.

También visitó la ciudad de Elche, donde bautizó la palmera de siete brazos. Estuvo también en Madeira recuperándose de una supuesta tuberculosis. Sissi padeció trastornos de tipo nervioso como anorexia, depresión, crisis de ansiedad y fobia a la vida pública.

Con el enfermizo objetivo de mantener su peso en 50 kilos y su cintura de tan sólo 47 centímetros, con una altura de 1,72 metros, la Emperatriz inventó sus propias dietas para adelgazar consistentes en jugo de carne y algo de fruta, y en largas caminatas diarias de más de 10 km que agotaban a todas sus damas de compañía, que tenían que ser relevadas al poco tiempo. Como en aquella época los especialistas de nutrición no existían, nadie podía informarle a Isabel que su estado correspondía con el de una enferma bulmaréxica, mezcla de las dos enfermedades nutricionales más extendidas del Occidente actual (bulimia y anorexia). Sus comportamientos obsesivos no hacían efecto sólo en sus hábitos alimenticios, sino también en las ocupaciones diarias, ya que tenía la necesidad de siempre estar en movimiento, de no sentarse, de caminar por largas horas y de montar otras muchas a caballo. El desencadenante principal de esta obsesión para mantenerse bella y delgada empezó por sus primeros tres embarazos de rápida sucesión. Además, la emperatriz no deseaba mantener relaciones con su marido.

Los alimentos principales de la Emperatriz eran carne de ternera, pollo, venado y perdiz; carne fría, sangre de buey cruda, tortas, helado y leche, prescindiendo de verduras y frutas, a excepción de naranjas. Sin embargo, era muy extraño que demostrara su apetito enfrente a cualquier persona. Dicen que cuando Sissi se comprometía con el Emperador, la madre de éste, la Archiduquesa Sofía la descubría con horror que tenía dientes amarillos y eso fue el motivo de la primera crítica de la suegra hacia la futura esposa de Francisco José. Con el tiempo la Emperatriz perdió progresivamente los dientes debido a su mal cuidado y falta de aseo. Por esa razón, evitó sonreír a boca abierta frente a la corte y al público en general por esa falta de dientes que la acomplejó durante sus últimos años.

Desde los 44 años sufrió casi todo el tiempo dolores de ciática y en las piernas, acumulación de líquidos. No le ayudaron sus visitas a los balnearios que frecuentaba, aunque el médico Georg Metzger, probablemente ayudado por la psiquiatría, logró cambiar sus manías nutritivas.

Murió a los 61 años asesinada por el energúmeno-anarquista italiano Lucheni, que la confundió con una condesa.

Siempre y para siempre Sissi será la “extraña mujer” de la corte vienesa.

Servus.

El significante fálico en la puntada

Vamos a ver pues los efectos de la presencia del significante fálico:

1. La desviación de las necesidades del hombre, por un hecho concreto y fundamental, el hecho de que habla, es hablado en la cadena del discurso, entonces pues tenemos que sus necesidades están sujetas a la demanda. ¿Por qué? Porque están vehiculizadas en el discurso de tal manera, que demandar a un otro hace que éste lo reciba, el sujeto que plantea la demanda, de manera invertida.

Acordémonos del esquema Lambda y grafo de deseo, su segundo piso:

Puntada3

Esto que decimos es nuevo con respecto a la teoría freudiana, pues no se trata de que el sujeto esté en dependencia real, entendiendo por tal la concepción parásita que le llama Lacan, de la dependencia en las neurosis. Hay que entender que si ocurre esto a nivel de la conformación significante es porque el mensaje es emitido desde el lugar del Otro (A), o sea, desde el lugar del código.

Lacan nos recuerda que lo que se encuentra enajenado en las necesidades, constituye una Urverdrängnung (represión originaria), que no puede articularse en la demanda, pero que aparece en su retoño que es lo que se presenta en el hombre como su deseo. Por eso se dice que el deseo es el representante de la pulsión... un derivado –no más– que intenta alcanzar un objeto que no le es específico, porque el deseo no tiene objeto.

El deseo tiene un carácter desviado, errático, dice Lacan, incluso escandaloso, de lo cual se le distingue claramente de la necesidad. La necesidad es muy decente. Hay que centrar pues el interés a nivel de la demanda, cuyas características quedan definidas aunque sólo por aproximación en la noción de frustración, noción que Freud no empleó nunca jamás.

Recordaremos qué es la frustración, y sabemos que, por definición, es la falta imaginaria de un objeto real. La demanda siempre se refiere a otras cosas que a las satisfacciones que reclama. Es demanda de una presencia o una ausencia. ¿Por qué? Pues se pide lo que está ahí delante y al mismo tiempo se pide más allá de lo dicho. Esto se ve claramente en la relación dual del primer tiempo del Edipo, en la relación primordial con la madre. De tal manera se articula la relación, que aparece un Otro grande del cual la madre, como dice Lacan, está preñada.

Aparece ahí un privilegio constitutivo del Otro, el cual puede satisfacer las necesidades. Ese privilegio del Otro dibuja así la forma radical del Don, de lo que no tiene, o sea, de eso que se llama amor. Así pues se conforma poco a poco el deseo, como aquello que no es necesidad (ejemplo: satisfacer el apetito). Si demanda, la demanda en última instancia es demanda de amor. El deseo es pues la diferencia que resulta de la sustracción de la primera a la segunda, su escisión aparecería a través de la operación de la Spaltung del sujeto.

¿Qué es lo que se juega en el campo que ya hemos nombrado del deseo? Se juega la relación sexual. ¿Por qué? Porque ese campo del deseo le viene como anillo al dedo, que ni pintado, que se diría coloquialmente. Al hecho que permite la producción de un enigma, suerte de jeroglífico que esa relación sexual provoca en el sujeto al darle a este una doble significación, por un lado retorno de la demanda, es decir, demanda que inviste de vuelta al sujeto con el disfraz de la necesidad y ambigüedad, un no sé qué en el Otro, que siempre a cada encontronazo nuevo, se encuentra en tela de juicio por la vía de una prueba de amor demandada.

¿Qué ocurre pues en eso que se llama relación sexual, eso que no deja nunca satisfecho del todo a nadie, porque de dejarlo saciado no retornaría? Pues lo que ocurre es que el sujeto, lo mismo que el Otro, no se bastan con el cuento de ser sujetos de la necesidad, ni siquiera en la propia exhibición de ser objetos de amor, deben pues ocupar el lugar causa del deseo, lo cual coloca al sujeto en una posición bastante incómoda, difícil de sentarse allí.

Lacan comenta que remitirse a la virtud de lo genital y al mecanismo de la maduración de la ternura, llevarían al sujeto a una cierta felicidad. Pues bien, esto es una estafa.

El hombre, vista la posición que ocupa en esa relación, no puede aspirar a ser íntegro, personalidad total que dirían los que se dedican a las psicoterapias. ¿Por qué? porque está destinado como sujeto del inconsciente al juego de condensación y desplazamiento; está destinado como sujeto hablante al juego de la metáfora y metonimia, lo cual marca su función de sujeto con respecto al significante, de una suerte que a cada pregunta que formulara a un otro que no fuere del semblante, éste debería contestarle invariablemente lo mismo, ¿por qué? porque el mensaje que enviara ese sujeto, no sería reconocido por él, más que en una operación de sustracción, en la cual quedaría preso, como las dos caras de una moneda, ignorantes de que la otra existe, a no ser que se reafirme la existencia de la misma por la afirmación de un no está y al revés.

El falo es el significante privilegiado del funcionamiento del sujeto con lo que habla, la palabra se une a lo que se concretiza del deseo en el sujeto que habla, y que al hablar formula de forma desiderativa.

Afirmar, como lo hace Jacques Lacan, que el falo es lo sobresaliente de lo que puede captarse en lo real de la copulación sexual, o que es, por su urgencia, la imagen del flujo vital en cuanto pasa a la generación, son maneras de decir que el falo sólo puede desempeñar su papel velado, es decir, como signo él mismo de la latencia de que adolece todo significable, es decir de su cojera estructural; por cuanto ni está nunca donde se lo espera, ni falta allí donde no está, desde el momento en que es elevado (aufgehoben), a la función de significante.

El falo: conclusiones

El falo es el significante de ese levantamiento mismo que inicia por su desaparición. Es pues, este falo el significante que cae sobre el significado, marcándole. Así es como se produce una condición de complementariedad, en la instauración del sujeto por el significante. Es decir, la Spaltung.

A saber:

  1. El sujeto sólo designa un ser poniendo una barra en todo lo que significa . Es decir, da significados a los significantes, lo cual lo convierte en un sujeto en busca del deseo.
  2. Lo que está vivo de ese ser en lo reprimido originario, encuentra su significante por recibir la marca de la represión del falo, del significante fálico. (Gracias a lo cual el inconsciente es lenguaje. En las psicosis no hay Urver-dräungnung, no hay represión originaria de ese significante fálico . Hay Verwerfung, o sea, repudio).

¿Dónde tiene acceso el sujeto al falo? Pues en el lugar del Otro, en tanto en cuanto ese es el lugar de los significantes. Pero allí, en el Otro grande, el falo está velado, está y no está, es presencia y ausencia, es razón del deseo del Otro, única manera que tiene el sujeto para preguntarse por su deseo, pues el deseo es siempre deseo del Otro.

Es ese deseo del Otro como tal, lo que al sujeto se le impone reconocer, es decir, el Otro. Pues el deseo del Otro hace referencia al propio sujeto, por tanto un otro pequeño, en cuanto que es el mismo sujeto dividido de la Spaltung, de la escisión del significante.

Que el falo tiene función significante es algo que no escapa a la clínica, he ahí el hecho kleiniano en el que el niño aprehende que la madre contiene, en cursiva, el falo. Pero donde se ordena el desarrollo de lo que venimos diciendo, tiene lugar en la dialéctica de la demanda de amor. (No sé si lo he dicho, pero no vamos a hablar de amor). La demanda de amor padece de un deseo, cuyo significante le es extraño, ajeno, pues si el deseo de la madre es el falo, el niño quiere ser el falo para satisfacer el deseo de la madre.

La división inmanente al deseo se hace sentir por obra y gracia del intento del sujeto de presentar al Otro, lo que puede tener de real que corresponda al falo, pues lo que tiene no vale más que lo que no tiene. Es en el momento en que el sujeto se da cuenta, se apercibe que la madre no tiene el falo, es en ese momento que se inaugurará la posible consecuencia sintomática, fobia para unos, penis-neid para otras y no sólo para otras, que el complejo de castración deja su marca.

El futuro del sujeto dependerá, como ya vimos en el complejo de Edipo, de la manera en que el padre introduzca la Ley. Pero ¿Cómo se juega entre los sexos las relaciones en función del falo? Siempre girarán en un ser o tener, que son un ser y tener que se refieren a un significante, y que por ese motivo tienen, como dicen Lacan, efecto contrariado, al dar por una parte realidad al sujeto en ese significante –de ahí se puede coger– y por otra parte, condenar al sujeto a la irrealización de las relaciones que pueden significarle –resbalan en el vacío, un no hay–.

Todo esto, lo venimos diciendo desde hace rato, tiene sus efectos a nivel de la relación entre los dos sexos, vaya que sí, en una suerte de comedia. Porque la mujer rechazará una parte de la feminidad para ser el falo, es decir el significante del deseo del Otro grande. Al no serlo (el falo) es por lo que pretende ser deseada al mismo tiempo que amada. Pero ¿y ella? ¿Dónde encuentra el significante de su deseo, de su propio deseo? Pues es muy sencillo, lo encuentra en el cuerpo de aquel a quien se dirige su demanda de amor, es por esta función significante, que el órgano que queda revestido de esta función, toma valor de fetiche: El pene. ¿Qué resultado tiene para la mujer todo esto? Pues se ve en la frigidez, que es ausencia de satisfacción propia de la necesidad y que las mujeres toleran bien, mientras que la represión inherente al deseo es menor que en el hombre[1], hay menor represión en la mujer.

Si el hombre encuentra cómo satisfacer su demanda de amor en la relación con la mujer, por el hecho de que ella en el amor –por obra del significante fálico– da lo que no tiene, eso hará que el hombre busque otra mujer, otra y otra, que pueda significar ese falo a títulos diversos, ya sea como virgen, ya sea como prostituta. El colmo santa y puta, eso es lo que se busca para preservarlo. Todo ello hace que en el caso del hombre la impotencia se viva fatal, y que al mismo tiempo la represión sea mayor.

Con respecto a la homosexualidad masculina, se constituye, como marca fálica del deseo, tener el falo, el falo de Otro se entiende, mientras que la homosexualidad femenina se orienta en una decepción que refuerza la vertiente de la demanda de amor. Todo ello nos lleva a que aparezca la curiosa consecuencia de que la ostentación viril, ser muy macho, sea una ostentación femenina.

Sé entrevé pues lo dicho por Freud, a saber: qué no hay más qué una libido y ésta es de naturaleza masculina. La función del significante fálico, desembocará aquí en su relación más profunda, aquella por la cual los antiguos encarnaban en él la inteligencia y la palabra.


[1] Jacques Lacan, La significación del falo, Escritos 2, México, Siglo XXI, 1989, p. 674.