El complejo de Edipo (I) Primer tiempo

El Complejo de Edipo

Articulación de Jacques LacanSin título-2

Démosle la palabra al Dr. Lacan para captar el alcance de su enunciación: “es sabido que lo primero que reveló el análisis del inconsciente fue el complejo de Edipo: un accidente del Edipo provoca la neurosis. Posteriormente la historia del psicoanálisis pone sobre el tapete diversos problemas: ¿hay neurosis sin Edipo? o –cuestión correlativa– ¿no habrá detrás del Superyo paterno un Superyo materno aún más exigente? ¿Qué se debe entender por preedípico? ¿Se puede, como a veces se creyó, relacionar la perversión específicamente con el campo preedípico? De hecho, la perversión no escapa a la dialéctica del Edipo. Asimismo, en el campo de las psicosis, Melanie Klein estableció la precocidad con que aparece, como te rcer término, el pa­dre; según ella, el cuerpo de la madre desempeña el papel predominante en la evolución de la primera relación objetal, pero entre los malos objetos presentes en el cuerpo de la madre está el padre, representado bajo la forma de su pene. Por último, se ha reconocido al Edipo una función propiamente genital que implica una maduración orgánica, al mismo tiempo que el hecho de que el sujeto asuma su propio sexo; esta última dimensión del Edipo está ligada al Ideal del Yo

Todo esto invita a reconsiderar la función del padre, que está en el centro de la cuestión del Edipo. El análisis del caso del presidente Schreber nos ha enseñado que para la constitución del sujeto es esencial haber adquirido el nombre del padre: más allá del otro, es necesario que exista lo que da fundamento a la ley…

Para articular el nombre del padre, en cuanto puede ocasionalmente faltar, con el padre cuya presencia efectiva no es siempre necesaria como para que no falte, introduciremos la expresión metáfora paterna y la explicaremos al analizar la función del padre en el trío que forma con la madre y el niño.” Distinguiremos tres tiempos:

Primer tiempo: La metáfora paterna actúa en sí por cuanto la primacía del falo es instaurada en el orden de la cultura. La existencia de un padre simbólico no depende del hecho de que en una cultura dada se haya más o menos reconocido el vínculo entre el coito y alumbramiento, sino de que haya o no algo que responda a esa función definida por el nombre del padre. En este primer tiempo el niño trata de identificarse con lo que es el objeto del deseo de la madre: es deseo del deseo de la madre y no solamente de su contacto, de sus cuidados; pero hay en la madre el deseo de algo más que la satisfacción del deseo del niño; detrás de ella se perfilan todo ese orden simbólico del que depende y ese objeto predominante en el orden simbólico: el falo. Por eso el niño está en una relación de espejismo: lee la satisfacción de sus deseos en los movimientos esbozados del otro; no es tanto sujeto como sujetado, lo que puede engendrar una angustia cuyos efectos hemos seguido en el pequeño Hans, tanto más sujetado a su madre en la medida en que él encarna su falo.

Para agradar a la madre, es preciso y es suficiente con ser el falo: las identificaciones perversas pueden fundarse en la medida en que ese mensaje se realiza de manera satisfactoria. Y aun tal vía imaginaria nunca es enteramente accesible, lo que provoca todo el polimorfismo de la perversión. En el fetichismo, el sujeto –colocado en una cierta relación con ese objeto más allá del deseo de la madre– se identificaba imaginariamente con ésta; y en el travestismo, cómo se identificaba con el falo en cuanto oculto bajo las vestimentas de la madre[1].

Vemos pues cómo en este primer tiempo del que hemos hablado se ve una relación dual madre-hijo: el niño no desea sólo el contacto y los cuidados de mamá, sino que desea serlo todo para ella, el complemento de lo que a la madre le falta, el falo.

El niño es pues deseo del deseo de la madre, identificándose con el objeto de deseo del otro (otro pequeño de esa relación imaginaria que ya vimos en el esquema Lambda). Pasivamente sujeto a la servidumbre maternal, no es un sujeto sino una carencia, es el cero absoluto, porque no se sitúa en la red simbólica. Como vemos, al confundirse el niño con el objeto del deseo del otro, y en una fusión tal con su madre, se postula el niño como una nadería, un en blanco, porque no tiene sustituto –aún–, sustituto originario de él mismo, y por tanto está privado de toda individualidad o de subjetividad.

El niño está en el registro de la captación imaginaria, el Yo es su doble, pues hay una identificación con la madre a través de la identificación con el objeto de su deseo.


[1] Jacques Lacan, Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Nueva Visión, 1977, pp. 84-86.

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