El Complejo de Edipo (II)

Segundo tiempo: El padre interviene como el que priva y esto en un doble sentido:

- Priva al niño del objeto de su deseo.

- Priva a la madre del objeto fálico.

Como vemos su aptitud de aguafiestas se puede traducir, como ya dijimos, por un doble mandato:

- “No yacerás con tu madre”, le dice al niño.

- “No reintegrarás tu producto”, le dice a la madre.

El niño entonces tropieza con la prohibición (fundador del orden simbólico). Choca el niño con la Ley del Padre. Aquí, como vemos, se produce una sustitución de la demanda del sujeto: al dirigirse hacia el otro, he aquí que encuentra el Otro (A) del otro, su Ley. El deseo de cada uno está sometido a la Ley del deseo del otro[1].

Tercer tiempo: Es el de la identificación con el padre. No obstante resulta que, para que el padre sea reconocido como representante de la ley, hace falta que su palabra sea reconocida por la madre, pues sólo la palabra da al padre una función privilegiada y no la vivencia real de las relaciones con él, aún menos el reconocimiento de su papel en la procreación.

De tal manera ocurren los hechos, que el padre sólo está presente por su ley que es palabra, y únicamente en la medida en que su palabra es reconocida por la madre cobra valor de ley. Si la posición del padre queda en entredicho, el niño permanece sujeto a su madre.

Así pues, si el padre es reconocido por la madre como autor de la ley, el sujeto tendrá acceso al nombre del padre o metáfora paterna. Nombre del padre que es el significante del padre real o advenimiento del padre a la esfera del Otro Grande (A) al orden simbólico. Si el niño no acepta la ley o si bien la madre no le reconoce al padre esta función, el sujeto permanecerá identificado al falo y sujeto a la madre.

Pero si hay aceptación, el niño se identifica con el padre por ser éste quien tiene el falo. De esta manera el padre reinstaura el falo como objeto deseado por la madre y no ya como objeto del cual puede privarla en cuanto padre omnipotente. El niño entonces, identificado al padre, da principio al declinar del Edipo por la vía del haber y ya no por la vía del ser.

Al mismo tiempo se opera una castración simbólica, el padre castra al niño en cuanto falo y lo separa de su madre. Es deuda lo que hay que pagar para ser uno mismo, manteniéndose así el acceso al orden simbólico y constituyéndose lo que damos el nombre de Ideal del Yo, por obra de la instancia superyóica que en ese acceder tiene lugar.

La resolución del complejo de Edipo libera al sujeto proporcionándole el significante originario de él mismo, la subjetividad. El niño al interiorizar la ley se identifica con el padre y lo convierte en su modelo, la ley se vuelve entonces liberadora, es decir, el niño está separado de la madre, dispone de sí mismo, se percata de que ha de hacerse y se orienta hacia el futuro, se inscribe pues en lo social, en lo cultural, en el lenguaje.


[1] Ibíd., p. 87.

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