Oh, Wien, stadt meiner träume!! (Parte XI)

Tras la muerte del Káiser Francisco José I, y la entronización como Káiser de Carlos I de Habsburgo-Lorena, nada hacía presagiar el derrumbe de la monarquía austro-húngara.
Pero así fue, como magistralmente profetizó el escritor Karl Kraus en “Los últimos días de la humanidad”; el Imperio se derrumbaba y -como quiera que Carlos I nunca abdicó-, se le expulsó de sus territorios yendo a morir en la isla de Madeira donde sigue enterrado.
Hasta aquí nada nuevo, pero el psicoanálisis nos enseña que, ante la falta de un padre, el orden converge hacia el caos de manera inequívoca.
Es el fenómeno que ocurrió con Austria, pues su crepúsculo culminó una larga noche de 1938 que iba a durar hasta 1945, cuando volvió a recobrar nombre y una cierta autonomía que no le fue devuelta hasta 1955.
Podríamos decir que es una historia de balcones. En 1938 Hitler, con el consentimiento de parte del pueblo austriaco, declaró el Aanschluss al Reich (anexión al Imperio) desde el balcón del Hofburg, y en 1955 se declaró el Staatvertrag (tratado de estado) por el que Austria volvía a “existir” desde el balcón del palacio Belvedere.
Confieso que, aún hoy en día, siento malestar al pasar por la Morzinplatz de Viena, lugar en el que estaba el cuartel general de la Gestapo, hoy museo de la resistencia.
En fin, les hablé en su momento del hermoso valle de la Wachau; no les dije que pasando la abadía Benedictina de Melk, a unos pocos kilómetros, hay un campo llamado Mauthausen donde la perversidad de un régimen había planificado un exterminio total. Por cierto, dicho campo está abierto al público, en un intento de no olvidar y por tanto no repetir el pasado.
Como nos advierte desde su Blog Gerardo F. Santamaría, la importancia de un Padre y su existencia -al menos en forma metafórica-, es estructural y condicionante de salud mental de todo un pueblo.
Para hacer justicia, y como les he hablado del Belvedere -donde se alberga la pinacoteca moderna de Viena- les diré que durante el régimen nazi se requisaron gran cantidad de obras de arte que jamás volvieron a ser vistas.
No es el caso del retrato de Adele Bloch-Bauer (pintado por Gustav Klimt) que tras un proceso contencioso entre Maria Altman y el Estado Austriaco, fue devuelto a su verdadera propietaria hace un par de años. La historia no tiene desperdicio: todo empezó cuando el magnate del azúcar Ferdinand Bloch encargó a Gustav Klimt que realizara dos óleos de su esposa Adele Bloch-Bauer. Los cuadros fueron colgados en el palacio-residencia de la familia -sito en la Rennweg de Viena- hasta que tras la “anexion” fueron requisados por la Gestapo que, tras llevárselos, invitó gentilmente a Maria Altman -sobrina del magnate- a ingresar en el campo de exterminio de Dachau. Tenía 22 años en aquel momento. ¿El motivo del ingreso? Ser judía.
Tras una fuga digna de Houdini, Maria cruzó Francia, llegó a los Países Bajos, y de allí emigró como tantos otros a California.
Podemos decir que tuvo suerte esta dama que nació en su querida Viena, allá por el mil novecientos dieciséis, y que tras muchos años de pleitear con el Estado Austriaco consiguió los cuadros que Klimt pintó de su tía.
Así es como el dieciséis de enero del año dos mil seis, Maria vio a sus noventa años la injusticia reparada.
Austria se quedaría sin dos retratos emblemáticos de su historia, pero volvió a elevarse ante los ojos de la comunidad internacional en su dignidad pasada.
Conocedor del proceso entablado, un buen día, allá por mil novecientos noventa y cinco, trabé amistad con el conservador del tesoro imperial, custodiado en el famoso Hofburg. En mi candidez, le pregunté si tenían pensado devolver la corona de Moctezuma a México. Su contestación fue sorprendente: “Claro, claro, amigo mío: cuando los mexicanos nos devuelvan al Emperador Maximiliano… vivo”. Estas fueron sus palabras.
Más allá de las historias, no se dejen engañar; los vieneses aman la vida y son mucho más hospitalarios de lo que se pueden imaginar. Se lo dice a Ustedes el que esto escribe, pues yo mismo -y a pesar de ser germano-español, haber nacido en Bruselas y residir en Valencia- soy y siempre seré vienés de corazón y espíritu.
Servus.

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