El Yo (II). En la clínica analítica

El gran descubrimiento de Freud radicó en la existencia de un inconsciente, de un algo estructurado más allá de lo aparente. Tras esta afirmación, el Yo –y con él toda una corriente egocentrista- sufrió un considerable varapalo, pasando en nuestra orientación a un incomodísimo segundo plano.
Y es que detrás de la teorización freudiana, y con el descubrimiento topológico del Yo inconsciente y de sus influencias sobre lo consciente, el psicoanálisis y su ejercicio clínico pasó a darle preeminencia total a dicho estrato subvertido de la personalidad.
Freud pensó que lo clínicamente relevante eran las manifestaciones del inconsciente, no obstante para la prosecución de la cura intentaba -por todos los medios- modificar el Yo del paciente, creyendo que existía una parte del Yo que le podía servir al tratamiento para liquidar, digámoslo así, los síntomas.
En ese sentido, a nivel práctico (que no teórico) Freud le otorgó una importancia al Yo considerable, lo que marcó un hito diferencial de posteriores orientaciones analíticas como la lacaniana. De este modo, cuando una mayoría de psicoanalistas actuales se queja de la fijación obsesiva de Freud por el Yo como instancia fundamental en la cura psicoanalítica (percepción que no ayudó a corregir la posterior filiación de Anna Freud al yourself americano), se refieren a la esperanza que depositó el psicoanálisis ortodoxo en el Yo (consciente) del paciente como ayudante en la cura, pero siempre a nivel práctico, pues repetimos que a nivel teórico Freud ya había asentado los pilares de la desconfianza en lo aparente.
Como coincidían Freud y Lacan, habría que diferenciar entre el Yo como instancia topológica (Moi) del Yo gramatical (Je). El posterior rompimiento en el que se basó la teorización lacaniana se basó en el Moi.
Pese a ello, considero personalmente que no se debe llegar a los extremos de algunos analistas (normalmente kleinianos y lacanianos), que por defecto obvian cualquier material que provenga del Yo consciente.
Considero importantísimo ubicar al Yo en el lugar que realmente le corresponde en la técnica analítica, y a mi modo de ver es el siguiente: Hay que tener en cuenta al Yo del paciente siempre y cuando se nos presente como Je gramatical, y devolverle las manifestaciones inconscientes (los síntomas, las cadenas de lapsus, lo encriptado de su material onírico) entregándoselas en bandeja de plata a su propio Yo consciente, extendiéndole una invitación a la re-elaboración.
En dicho Yo, como saben, rige el principio de realidad que obliga al sujeto a ajustarse a una serie de normas que le vienen del exterior (ahí es donde surge el conflicto). En ese sentido, conviene ver al Yo como una instancia limítrofe en la cual, por un lado, aparecen las influencias absolutas del inconsciente y, por otro, aparece la contingencia real del exterior. Al mismo tiempo, hay que observar para cada caso qué relación individualísima se establece entre ese Yo y las otras dos instancias que conforman el psiquismo (el Superyo y el Ello).
En detrimento del proceso terapéutico, el Yo por lo común se niega a intuir todo aquello que no le alimente el fantasma, por lo que el proceso de deconstrucción de una personalidad (que se ha demostrado disfuncional desde el momento que llamó al timbre de la consulta) suele tornarse en una empresa tortuosa y plagada de resistencias, altibajos y dificultades.

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